Gerundio
Una de las personas más importantes de mi vida se llama Daniel Durand. Conocí a Daniel a los cinco años y desde ese momento nunca nos hemos separado. Pasamos nuestra niñez en el Colegio Mozart, nuestra adolescencia comiendo sánduches árabes y nuestra adultez almorzando juntos al menos una vez al mes. Compartimos nuestras primeras palpitaciones románticas, nuestros despechos, las preocupaciones vocacionales, las decisiones sobre el dinero, las angustias y las mieles de la madurez. Todo lo hemos conversado, me siento completa y absolutamente libre con Daniel, esa libertad que, como un bálsamo, uno encuentra en un amigo de alma: un hermano por elección.
Una vez Daniel (que siempre pensó que había nacido negado para tocar algún instrumento musical) decidió estudiar cuatro, al principio como tarea espiritual, pero luego (y lo sé sin que me lo haya dicho) para darle a su alma la felicidad de expresar ese mundo profundo de sus emociones. Me argumentó que uno alguna vez debía hacer algo que pensara que era incapaz de lograr. Y lo logró. Daniel ahora toca el cuatro, ¿Cómo lo logró? en gerundio. Él mismo se dedicó 40 días a una dieta monocorde (también como tarea espiritual) que lo llevó a bajar mucho de peso, a confirmar la fuerza de su voluntad y sus convicciones y a despertar para siempre sus sentidos (agudizados por la limitación) ¿Cómo lo hizo? en el mismo tiempo verbal que da nombre a este post. Yo ahora estoy convencida que Daniel es capaz de hacer cualquier cosa que se proponga. Lo quiero como a un hermano y lo admiro como a un héroe.
Mientras Daniel estudiaba en el liceo Urbaneja Achelpohl, Yo estudié bachillerato en el Leopoldo Aguerrevere, donde encontré profesores maravillosos, y también algunos pésimos. Uno de ellos me marcó para siempre, y es paradójico, porque ni siquiera recuerdo su nombre. Mi profesor de química de tercer y cuarto año apareció unas cuatro veces. nos mandaba a hacer trabajos de investigación y la próxima vez que aparecía, hacía un examen. Pasé con 10, nadie reprobó, nadie sacó más de 12. En quinto año una condescendiente profesora, al percatarse de que yo sólo entendía sus "Buenos días" me preguntó "Karina, ¿qué vas a estudiar tú en la universidad?" y yo respondí con la seguridad de un roble: "Psicología", como ella era teatrera y yo vivía en esa época para las actividades del grupo de teatro del liceo, me pasó con 10. Ahí cultivé yo la seguridad de que la química y yo existíamos en universos paralelos. Pero, otra paradoja, me dediqué a la cocina, que viéndolo bien es química aplicada.
Todo esto es para decir que estoy leyendo "La Cocina y los Alimentos" de Harold Mc Gee, esa especie de biblia de la nueva cocina. Siempre le tuve ganas al libro, pero sabiendo que había sido escrito por un químico, me parecía que yo no iba a disfrutar la lectura. Nada más lejos de la realidad. Mc Gee no sólo es químico, estudió letras y aborda el asunto como un escritor, con una prosa hermosa y poética. Además, está enamorado de la cocina y es capaz de utilizar metáforas, citas de libros sagrados, ilustraciones y ejemplos fáciles para describir y explicar los complejos procesos de la culinaria.
Siguiendo el ejemplo de Daniel, estoy adentrándome en un tema que para mí siempre fue no sólo ajeno, sino atemorizante y estoy exorcizando aquella vieja creencia que ha marcado mi vida según la cual yo no entiendo la química ¿Cómo lo estoy haciendo? de la única manera que he visto que da resultados: en gerundio.
Harold Mc Gee en una conferencia en el evento español Diálogos de Cocina