Arrocito con atún

Hoy, luego del trasnocho, me levanté pensando en champaña, caviar, o un plato de esos maravillosos que está haciendo Tomás con trufitas blancas. Digamos que, amanecí con ánimos de celebrar.

Pensé también en comprarme un par de zapatos altos, carísimos, de un color insólito, de esos que no combinan con nada pero que le ponen a uno el alma feliz. O una cartera, finísima, una exquisitez minúscula de piel color higo donde sólo quepa mi cédula y una pinturita de labios.

Pensé en ir a la peluquería: tratamiento completo para mimar el exterior (y en consecuencia, el espíritu). Me imaginé que podría celebrar con un par de zarcillos millonarios, o tal vez comprarme, al fin, ese vino carísimo al que le tengo puesto el ojo y que no he comprado por no haber encontrado una buena excusa para consentirme el capricho.

Pero lo pensé mejor... Y hoy me enfundo en un blue jean, franela y zapatos de goma, hoy me peino velozmente y sin mucho cuidado, hoy retomo el look y el ánimo que tenía cuando caminaba por la Facultad de Humanidades de la U.C.V mientras aprendía que la Psicología es la ciencia de la conducta.

Hoy celebro almorzando arrocito con atún, tal como lo hacía en el comedor de la U.C.V, pues, esta sensación de triunfo, de optimismo, de fe, se la debo a los estudiantes venezolanos.

Comedor Universidad Central de Venezuela

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