Patrimonio que se come


Por primera vez, la UNESCO incluye expresiones de la gastronomía dentro de su lista de Patrimonio Inmaterial. La dieta mediterránea, la gastronomía francesa y la mexicana, fueron reconocidas como patrimonio cultural intangible de la humanidad. Es un momento de celebración y gozo para los cocineros del mundo, sobre todo para los latinoamericanos; nuestra cocina, profundamente mestiza, está íntimamente ligada a los criterios mediterráneos y a la influencia francesa y la cocina mexicana, podría decirse, es como una madre de todas las cocinas de América.

Pan, aceite de oliva y vino son los pilares donde se fundamente la cocina mediterránea, el consumo de vegetales de temporada, de abundante proteína animal proveniente del mar, de cereales y la brillante utilización de métodos de cocción, hierbas y especias, la hacen, no sólo sana, sino diversa y deliciosa. 
Paco de Lucía, monumento viviente del arte español, en todo su esplendor





La cocina francesa, Alma Mater de los cocineros occidentales, tiene la característica de contener la sistematización de la gastronomía profesional. La cocina clásica francesa, muy cuestionada por pesada, dio un fruto paradójico, de sus entrañas emergió la Nouvelle Cuisine, con su ligereza, su salud y su preciosismo para ejercer su influencia hasta nuestros días.
Edith Piaf, el gorrión francés






Muchas veces, cuando hablaba con mis profesores sobre las salsas madres pensaba en el mole, aquél destello de genialidad mexicana, y me parecía que era una salsa abuela, madre de todas las madres; pero el mole es una de las razones por las cuales la cocina mexicana es un monumento al ingenio y al refinamiento: la ingesta de insectos (estoy segura de que cuando se superen los prejuicios en contra de los insectos, se convertirán en la fuente más segura, saludable y económica de proteína para la humanidad), la multiplicidad de chiles, la inmensa variedad de platos y sobe todo, su tratamiento del maíz, hacen de la gastronomía mexicana un espacio de complejidad, belleza y sabiduría.

Pedro Infante (el amor de mi vida) con Antonio Badú, derrochando testosterona mientras cocinan

Más allaíta 

Venezuela es el reino de la inexactitud. No lo digo como queja, al contrario, yo me siento como pez en el agua con esas ambigüedades venezolanas. A pesar de que ciudades como Mérida o Barquisimeto, están numeradas, Caracas, la enorme, la caótica, no tiene números sino nombres (en el mejor de los casos). Esta es una ciudad cruel con los visitantes que no comprenden como uno puede ubicarse con direcciones poéticas, subjetivas e inexactas (subes hasta el final, luego, en la "matemango", cruzas a la derecha y en la primera, donde está la reja morada, más allaíta, donde está la puerta azul"). 
Por ejemplo, viví mi infancia en la calle Codazzi de Los Chaguaramos, pero esta calle son realmente dos, pues una está del lado sur del río Guaire y la otra del lado norte, y la verdad, hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que la calle, con posibles poderes esotéricos, se desvanece para darle paso al río y se materializa de nuevo del otro lado con el mismo nombre; miles de veces, tuve que indicarle a algún despistado que, efectivamente, se encontraba en la calle correcta, pero que tenía que dar un vueltón para poder llegar al otro lado, donde también estaría en la calle correcta.

En el Centro de Caracas el asunto se pone incluso más macondiano: las esquinas tienen nombres que parecen sacados de una película: Miseria, Pinto, Socorro, Chorro; pero el premio mayor se lo doy a la esquina El Muerto y su historia, arrancada de la vida misma.

La cocina venezolana revela en su epidermis y en su adn el mismo carácter inexacto, rebelde y caprichoso. Mi mamá tiene anotadito en una libretica, las cantidades exactas de ingredientes para hacer sesenta hallacas, y jamás, jamás de los jamáses, con esa cuenta, nos salen las sesenta hallacas que un día si salieron, un diciembre salen más, otro salen menos, pero nunca sesenta. 

Los intentos de sistematizar este asunto han sido titánicos, nuestro ángel guardián de los sabores autóctonos, Armando Scannonne, se ha fajado como los buenos durante décadas, con espíritu de pionero, con abnegación franciscana; sus logros son insoslayables, pero sé que cada uno tiene su propia versión de las recetas de Scannonne, tal vez porque a nosotros nos tienta demasiado la improvización, tal vez porque el espíritu de esta cocina es justamente, ser inasible. 

En la nomenclatura culinaria criolla este desorden bullanguero y descarado queda muy claro: "una pizca", "un chorrito", "una ñinguita", se cortan los vegetales "chiquiticos", se deja hervir "hasta que espese", se deja enfriar "hasta que cuaje". Un cocinero extraordinario, "Cambao", un día me dijo que su "Guaga" era un genio cocinando "con un si ni no de sal", es decir, con poca.

Aunque no tomo café, me deleitan las sutilezas del café venezolano en una barra, ¿qué diferencia hay entre un marrón claro y un con leche fuerte? apenas unas gotas más o menos, y los baristas criollos o cogen el hilo rápido o no sobreviven al ajetreo implacable de una jornada de expertos en pedir exactamente lo que quieren.

A mí me gusta, me encanta, ser una cocinera en un mundo en el cual las inexactitudes son comprensibles, las sutilezas son moneda corriente, las imprecisiones se dan por sentado y la cocina es tan hermosa, colorida y exuberante que no aguanta corsets ni medidas exactas.

La parafilia del hilo

He vivido una inocente obsesión como si fuera una parafilia, como si tuviera que avergonzarme, como si no combinara con mi personalidad. Siempre me sentí como una marciana cuando confesaba, casi con pudor, que me gustaba tejer


Algunos arrugaban la cara y cuestionaban una actividad tan pasiva e ingenua en una época de tanta malicia, otros juzgaban políticamente incorrecto que una mujer inteligente y con criterios propios, cultivara los placeres discretos y silenciosos de las manualidades, otros simplemente me decían que eso era de viejitas (aprendí a tejer a los 20 años) y que perdía mi tiempo. Mi grupo etario, marcado por los corsets de Madonna, la Perestroika y la Historia sin Fin, nunca fue sensible a los hilos. Yo, en cambio, cuando lo encontré, me encontré.

Mi abuela intentó, oh ilusa, enseñarme a bordar cuando era una niña, me compró un tamborcito, una telita de algodón, hilos de colores y me fue guiando en su arte, al que interpretaba con maestría y gusto de princesa. Yo debo haber dado algunas puntadas equívocas cuyo mal resultado traté de compensar con interpretaciones en la mandolina, que mi abuela adoraba y, seguramente prefería, a verme fracasar estruendosamente bordando; mis hilos y mis agujas no eran esos, pero lo descubriría mucho después.

Entrando en la adultez, cuando vivía en Mérida, me enseñaron a tejer amigas pasajeras, chicas muy amables que estuvieron en mi vida durante poco tiempo. A partir de ahí, sólo pude compartir la delicia que significa para mí tejer, con mi tía, y sólo durante poco tiempo, ella, ahora vive en el extranjero. Ni una amiga, ni una prima, nadie cercano a mí se siente conmovido por el placer hedonista y autocomplaciente que generan los nudos que van naciendo en el extremo del ganchillo.

Comencé tejiendo lo básico con pabilo, grueso, burdo, nada amable para tejer. Su rusticidad se ve compensada por su pureza y esa apariencia de hilo primigenio. Llené las casas de mis amigas con miles de tapetes: corazoncitos de una cursilería que hoy me abochorna, molinos de viento, flores, figuras geométricas, angelitos y cualquier otra cosa imaginable que estuviera plasmada en un patrón de ganchillo.

Pasé luego, con gran dificultad, al tejido de ropa y así sublimé la frustración que siempre me produjo no saber (ni sentirme en capacidad de) coser en una familia de exquisitas e intuitivas costureras. Mi primera pieza fue una chaqueta color papelón, que regalé a una de mis amigas justo cuando me despedía de Mérida.

Luego mi tejido fue completamente solitario y autodidacta. Fui aprendiendo de revistas, de imágenes en internet, fui resolviendo problemas con mi sentido común, fui aceptando que mi “parafilia” la debía vivir sola, pues Venezuela no es un país con tradición de tejido.

Hasta hoy. Hoy visité a un montón de “arañas” que se reúnen los sábados en el Parque del Este, a tejer. En sus ojos vi la misma expresión de delicia, la misma satisfacción que siento yo cuando consigo aprender un punto nuevo o terminar un proyecto. Conseguí a mi grupo de tejedoras, unas mujeres divertidas, locuaces y completamente entregadas a los hilos, a quienes no debo explicarles la paz y el deleite que se siente al pasarse cuatro horas seguidas tejiendo sin parar, hasta casi estar dormida, pero aún contando los puntos, como en una meditación en movimiento, porque ellas, no sólo lo saben, sino que están tan poseídas como yo por la misma obsesión.
ARAÑAS CARAQUEÑAS, SALID DEL CLÓSET Y VENID A TEJER AL PARQUE DEL ESTE LOS SÁBADOS!!!


Tiempo

"Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: 
Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; 
tiempo de matar y tiempo de sanar; tiempo de destruir y tiempo de construir; 
tiempo de llorar y tiempo de reír"
Eclesiastés cap 3

Ha pasado mucho tiempo, meses, desde mi último post. A veces uno se queda sin palabras, mudo, no necesariamente por una buena razón; a veces hace falta hacer silencio.

Re estreno mi blog publicando una foto de mis alumnos, próximos pasteleros, en plena faena.

 


Play The Game

Algunas veces me gusta que los hombres me mientan… Algunos hombres. 

Pablo juega conmigo, me manipula, me emociona; me dice “give me all your love tonight” y soy capaz de hacerlo. Ante mí despliega su acto de magia, me hace ver lo que no es, me convence de que Freddie Mercury está vivo y que, frente a mí, canta “Killer Queen” en Caracas el día de mi cumpleaños del dos mil diez.

Pablo Padin parece poseído no sólo por el espíritu libre de Mercury, sino por su talento. En su performance nos hace ver los mismos gestos, la misma vitalidad y predisposición al disfrute de su arte, la misma complicidad con su público al que hacía vocalizar mientras él los dirigía; juega a que es Freddie Mercury, yo juego a que le creo, incluso llega un momento en el cual dejo de jugar y genuinamente me inquieta la posibilidad de estar alucinando.

El insólito parecido físico es acompañado con una sensibilidad musical incontestable y el manejo de los instrumentos que Mercury interpretaba. Es un poco injusto que detrás de Padin, el resto de la banda “Dios Salve a la Reina”, suene tan bien, e incluso recréen los movimientos de Deacon, Taylor y May, y que yo les dé por sentado, pero es inevitable quedarse boquiabierto ante la maniobra asombrosa del solista quien, sin pudor y en inglés (a pesar de que su lengua materna sea el español de Argentina), me invita a bailar “Crazy Little Thing Called Love”.

Los primeros compases de “God Save The Queen” retumban en el teatro y veo a Freddie re encarnado en Pablo, desfilando con capa y corona; éste era el momento en el cual él y su público protagonizaban una alianza absoluta. Desfila lentamente, disfrutando cada paso, haciéndome sentir tanto amor por él como por el personaje que interpreta, despertándome las ganas de agradecerle la oportunidad de ver a mi amado Farrokh Bulsara, la personalidad más seductora y con la voz más hermosa del rock sinfónico, quien vive en mi corazón en un castillo de cuentos, como la reina que fue.

El mole según Lila Downs

Lila Downs es un huracán, su voz es antigua y viene del centro de la tierra. Como los buenos artistas, exorciza sus demonios, sus tristezas y sus miedos, con su arte. Tiene su propia versión del mole, preparación sofisticadísima a la cual los mexicanos ven como su genoma nacional. Aquí la receta-canción que Lila Downs interpreta para bien de la humanidad.



La Hoja Dentro de su Cuerpo

Participo en el Taller de Narrativa Imago Mundi, de Mharía Vázquez Benarroch, una verdadera gourmet de las palabras. He escrito más en un mes que durante toda mi vida, y eso me tiene inmensamente feliz. Hoy los invito a leer en mi blog Las Palabras que me habitan, La Hoja Dentro de su Cuerpo, un relato sobre un asesinato entre cocineros.

Juro que es ficción.

Lo que sabe Micaela

Micaela crece en Washington, sana y abrigadita, en el vientre de su mamá. Tiene varias certezas. Ella sabe, por ejemplo, que su abuelo le revelará los secretos del cielo y su abuela los de la dulzura. Sabe que su papá, con sus ojos claros y su piel morena, la cuidará siempre y le dará su sonrisa de hombre bueno y noble. Está segura de que heredará la inteligencia y la espigada belleza de su mamá y que será muy divertido crecer en una familia de locos que la aman y la esperan.

Viene a este mundo a encontrarse con su tía Eva, quien siempre le hablará de los misterios de la vida y la cuidará a control remoto. Con su tío Héctor, de quien siempre estará enamorada, se adentrará en el mar, segura y valiente, a remontar las olas en una tabla de surf. Su tío Jack le enseñará a escuchar buena música y a reírse de sus ocurrencias. Su tío Roger siempre le dirá “Hola, mamita, Dios te bendiga”, sus primos Sabina y Roger Leonardo sentirán por ella el mismo amor, azucarado y juguetón, que sentimos nosotros por ellos, en la distancia, sus primas de Maracay la bendecirán y su tío Alexander le enviará besos calurosos desde Anaco.


Su mamá Silvia, desde algún lugar del cosmos, bordará para ella una colorida colcha de estrellitas, para que duerma contenta y su tía Karina, con el corazón arrobado de flores, la amará, con la terquedad y la entrega de una tía sin hijos y le contará como fue que un día, llorando de alegría, se enteró de que ella venía en camino.

Hoy me inicio con La Perla

Hace  un poco más de un mes me inicié en el taller de narrativa Imago Mundi de la escritora Mharía Vázquez Benarroch. Asistir a las clases ha sido un deleite que sólo puedo comparar a la maravilla de ver el ecosonograma del hijo que se lleva adentro. Una de las asignaciones del taller fue abrir un blog para publicar los trabajos, noticias y cosas interesantes sobre el mundo literario. Hoy me inicio con mi relato La Perla y los invito a mi nuevo blog Las Palabras que me Habitan.

Encuentro en el restaurant


La poesía que cuece los garbanzos


Le tengo un amor devocional a Gabriel García Márquez. Muchos lo critican por su amistad con Fidel Castro, yo no, al fin y al cabo uno es amigo de quien quiere y porque lo quiere y el amor es un misterio. Me parece que su talento, su obra y todo el bien que nos ha hecho a los latinoamericanos con su literatura está fuera de cualquier cuestionamiento. 

Su libro más gastronómico son los Doce Cuentos Peregrinos, y el cuento más gastronómico de todos, un portento de delicias azucaradas, es El Verano Feliz de la Señora Forbes. Su discurso de aceptación del Premio Nobel es una radiografía de América Latina, con su belleza y su desgracia y con un guiño culinario casi al final que cada vez que lo leo me conmueve. Aquí está La Soledad de América Latina.

...Y este miércoles, voy de cuentacuentos

Resulta que siempre he hecho lecturas dramatizadas de mis cuentos y que le tenía mucha envidia a esos magos que hipnotizan a niños y adultos narrando historias. Resulta que el Banco del Libro tiene talleres maravillosos para enseñar a narrar cuentos y resulta que el pasado miércoles finalicé las sesiones teóricas de este taller. Por eso, este miércoles a las 7 pm estaré junto con varios amigos contando cuentos. Yo me estreno (sin chuleta) con mi relato "Almíbar de Dátiles", en una versión libre, full de improvisación y descarada como ella sola (no porque me sobre talento, sino porque me falta memoria) en una sesión de Cuentos a la Gorra (cuentos para adultos).

Amigos queridos, los invito a pasar un rato muy lindo, compartiendo con gente preciosa, escuchando cuentos y dándome apoyo moral.

Lugar: Av Luis Roche Sur, Edf Banco del Libro.
Día: Miércoles 24 de Marzo
Hora: 7 pm


Yo doy clases por ésto

Alguna vez pensé que la vena docente me venía por mi papá (y lo más seguro es que sea cierto), otras veces he pensado que el miedo a la muerte, a no dejar huellas en la vida, era otra razón. Una vez también pensé que mi afán de aprender era lo que me movía a enseñar, porque lo que se enseña se aprende bien; pero la verdad, es que ésto y sólo ésto es suficiente para que yo le dedique la vida entera a acompañar a la gente a descubrir sus talentos. Esta es mi primera promoción de graduados de pasteleros en el Grupo Académico Panadero Pastelero.

Olga y sus buñuelos con relleno líquido de miel y sorbete de guayaba y queso crema


Mariflor y su torta de queso de cabra y pimienta sobre gelée de dulce de lechoza y sorbete de higo


Beatriz y su choco-misú (tiramisú desestructurado sobre espejo de café)


Yris y su mousse de arroz con leche, fresa y parchita


Gerardo y su chocolate en texturas y naranja







Fotos: Joel Elíaz

La síncopa del corazón


“Inclinado en las tardes hecho mis tristes redes
a ese mar que sacude tus ojos oceánicos”
Pablo Neruda

Ella se mantenía triste a propósito. Su soufflé sólo levantaba, aéreo y espumoso, si ella sentía una consciente melancolía, los gnoccis de auyama sólo quedaban dorados y tersos si ella lloraba antes de amasarlos; el quesillo de guanábana, la herencia más querida que le había legado su abuela, quedaba soso y blando si ella, por algún motivo, se sentía feliz.

Vanos fueron los intentos de engañar a los espárragos con trucos de tristezas postizas, suspiros enlatados, lágrimas de artificio; ellos sabían, si estaba alegre, marchitarse apenas los tocara. Las fresas se acidificaban, los ajíes se reblandecían, el pan se petrificaba si ella, al tocarlos, sonreía. En cambio, bastaba una pena, una aguja en el alma, un vapor apesadumbrado en las venas, para que las ostras se mantuvieran frescas en sus manos, durante horas. Cocinaba a diario y cocinaba bien, pero una buena noticia, la tibieza del sol en la piel, el recuerdo de una caricia justa, era suficiente para arruinarle el trabajo.

Al salir de la cocina, recuperaba un ánimo post tormenta, una suave, tenue, elevación del humor, una resignada reconciliación con la vida luego de horas de voluntario sufrimiento en bien de su oficio. A decir verdad, aprendió a disfrutar de su tristeza; desarrolló un mezquino y discreto goce de sus miserias que se veía compensado por la belleza de sus platos, los sabores intensos que lograba, las felicitaciones que llegaban desde la sala y que frecuentemente tenía que asumir sin alegría para que, al volver la cocina, las lechugas no se hicieran mustias en sus manos.

El cuchillo se desliza por la tabla blanca, mínimos aros de ciboulette nacen a borbotones de este vaivén de la hoja filosa; un descuido, tal vez un latido asincopado de su corazón, genera un temblor en sus manos y la consecuencia es un manantial rojo que sale de su dedo índice. La reacción inmediata es la de presionar la herida, pero no hay dolor, más bien una luz, una calidez, un perfume de mandarinas, un canto en bocca chiusa que la alegra instantáneamente y sin culpas. Las gotas de sangre siguen saliendo y la alegría se intensifica. No hay tormentos, no hay lástimas de sí misma, hay una felicidad química que corre por su torrente sanguíneo y mancha la tabla. Delante de sus ojos surgen imágenes de trapecistas, de flores púrpura, de manos de bebés que le tocan la cara. Alucinada y feliz como nunca, se quita el delantal y la filipina, abandona la cocina con pasos cortos y para siempre, decidida a dedicarle la vida entera a la dicha de comer comida ajena y de sembrar ciboulette y mandarinas en su huerto.


"La luz es como el agua"

Me cuesta creer que haya un elemento más importante en la cocina que el agua. Y no sólo como ingrediente (que ya es bastante) o como vehículo para lograr cocciones (que es mucho más) sino porque está presente en prácticamente todo lo que se cocina y se come.

Para García Márquez "La luz es como el agua", y he conseguido en youtube un hermosísimo micro acerca de este cuento.


"Adiós vinagreta, adiós carbohidrato"

Existe una infinidad de maneras de despedirse de un amor ingrato: a punta de boleros y ron, con un robusto soudtrack de rancheras y tequila, en el silencio más oscuro o a los gritos, en fin, vestidos de fiesta o de luto cerrado.

Pero Juan Luis Guerra en, el que en mi opinión es su mejor trabajo, Fogaraté, mezcla la exquisita poesía de Rafael Hernández con su música excepcional para despedirse de una mujer. Decirle a un ex amor "vinagreta" y "carbohidrato" es algo que me conmueve.

Por un lado, una vinagreta equilibrada, potente, con personalidad, puede ser una seducción líquida sobre lechugas y tomates. Pero tener una vinagreta en el corazón es, quizás, demasiada acidez para el alma. Los carbohidratos (¿quién lo duda?) son deliciosos, pero asociados siempre al peligro de engordar y enfermar, pueden ser mortales si se tienen como el amor de la vida.

Los calificativos gastronómicos son la entrada para la lista de lindezas que se merece la traidora, Rafael Hernández la llama: "nicotina", "colilla en las venas", "asbesto", "cemento" y "tres pasitos" (veneno raticida cuyo nombre refleja la velocidad del efecto mortal).

Aquí dejo el video (la verdad es la canción acompañada de la imágenes del disco, lo cual me parece incluso ganancia pues le permite a uno concentrarse sólo en la música).

Disfruten.


SOY EL GRINCH DEL DÍA DE LOS ENAMORADOS
Soy el grinch del día de los enamorados. Siempre lo fui, siempre lo seré. Nunca he creído en las flores rojas en esta fecha, nunca he respetado los bombones en formato de corazón, nunca me ha entrado en la cabeza como alguien puede creer que el amor se pueda resumir en un peluche.

Ni estando siberianamente sola, ni estando amelcochadamente acompañada, he logrado comprender el fenómeno del día del "amor y la amistad". Para mí el amor es un asunto complicado, multivalente, bendito, profundo, estremecedor y, en algunos casos, agotador. Para mí la amistad es un cristal, una joya, un premio por haberse portado bien en la otra vida.

¿Cómo expresarles a mis amigos cuánto los quiero en un sólo día y a todos al mismo tiempo? ¿Cómo expresarle con veracidad lo que siento al amor de mi vida? ¿Regalándole una corbata?

Que no, que no y que no. Que no me gusta el asunto. Y yo soy bastante ritualista: celebro mi cumpleaños con una semana de anticipación y hasta la octavita, regalo a diestra y siniestra en navidad, celebro los cumpleaños de mis amigos con bombos y platillos; me encantan los boleros desgarrados y las películas con finales felices. Pero los regalitos edulcorados, las musiquitas edulcoradas, los peluchitos edulcorados y las palabritas edulcoradas, son una cantidad de glucosa que mi sistema psíquico no puede metabolizar.



Los cocineros tenemos no sólo ciertos rituales que nos hacen sentir cómodos y seguros a la hora de cocinar (soy incapaz de encender una hornilla si no tengo puesto un delantal, por ejemplo), sino que las obsesiones y las repulsiones gastronómicas son un tema importantísimo para nosotros. Tengo un amigo que pasó años sin cocinar con tomate porque le parecía ordinario, otra amiga diseña sus platos dibujándolos hasta la extenuación, mi tía Ligia, magnífica cocinera, detesta hacer ensaladas aunque es capaz de hacer un souffle con los ojos cerrados.

En cuanto a comer o no comer, yo soy maniática convicta y confesa: amo la mantequilla, el pan, el brócoli, el aceite de oliva, el queso de cabra, la lechuga. Odio el cambur, la lechoza y el melón. Odio los cartílagos, los cortes de carne con huesos (¡abajo el t-bone steak y el osso bucco!) los espárragos y el apio. Odiaba las arvejas verdes... Hasta este domingo.

En el curso dominical de pastelería del Gapp, eventualmente compartimos el almuerzo y este domingo, Mariflor Giannikakis (mi amiga querida, esposa de mi alto pana Joel Eliaz, diseñadora, fotógrafa y alumna) nos convidó de delicias que había hecho en su casa, entre las cuales destacaba, para mi horror, una crema de arvejas verdes. Siempre he tenido como meta probar todo lo que crea que vale la pena, ésta vez valía la pena responder con apetito al gesto de Mariflor, pero yo me encontraba con la clarísima repulsión que siempre he sentido hacia la leguminosa color verde grinch.

Sin decir nada y apelando a mi espíritu aventurero, vi como Mariflor colocó cantidades equivalentes de su crema verde en ramequines que bañó con queso parmesano y llevó a gratinar. El asunto me estaba conmoviendo, pero mi nariz es mi brújula en la vida, y el aroma de las arvejas sólo lo tienen ellas, es insobornable, no se puede disfrazar. Intentando amplitud de criterio. pensaba: "pero tal vez si sólo la pruebas y agradeces la belleza de Mariflor que cargó ese perolero hasta aquí sólo para que tú comieras", "tal vez como es una crema puedas comerte aunque sea dos bocaditos", "has comido escorpiones, grillos y cuy, y ahora ¿una inofensiva cremita de arvejas te va a asustar?" era mi atormentado diálogo interno.

Entra Mariflor al salón con la bandeja de ramequines calientes y aromáticos, yo dudo por veinteava vez, pero finalmente me arriesgo. La crema tiene, para mi tranquilidad, un color más aceitunado que radiactivo; sé por el vapor que desprende, que ha sido generosa en ajo, en cebolla, en cariño. Tratando de convocar mi espíritu hedonista, tomo una cucharada mezquina de crema y me la llevo a la boca preparada para disimular la expresión facial que me delataría si, como esperaba, la crema me hacía sentir miserablemente infeliz.

Pero ocurrió un milagro (un milagro menor, nadie se salvó de un cáncer, pero para mi vida, estas son cosas milagrosas): la crema que me inundó de sabor hasta la médula, estaba deliciosa. Con un sabor muy pronunciado, un poco de acidez, un obvio sofrito bien hecho, el parmesano derretido, la textura untuosa, la crema de arvejas estaba buenísima. Yo, incrédula y con los ojos desorbitados, tomo otra cucharada para convencerme de que no son delirios míos y confirmo que si, que la crema está, no rica, no sabrosa, no decente, está verdaderamente exquisita.

Con el ego apaleado y la boca feliz, terminé de devorarme la crema de Mariflor y lamenté el hecho de no poder repetir y comerme cinco porciones de aquella misteriosa, sorprendente y aleccionadora crema de arvejas.

Platillos voladores

Estoy enamorada... Ya sé que no es una innovación gastronómica que afecte a la comida, ya sé que ahí se podría servir comida de la mala y de la buena... Ya sé. Pero es que es irresistible.

Un grupo de españoles, canarios para más señas, idearon como servir tapas sobre ¡platillos voladores! La vajilla se sostiene sobre imanes y las mesas están imantadas también, el resultado, la delicia de poder tener frente a los ojos, pequeños platitos suspendidos en el aire.

Aquí les dejo el link (con video incluido) para que se den un gustazo.

Cierra El Bulli

"En las cosas más profundas y más importantes, estamos indeciblemente solos"
Rainer María Rilke

Cierra El Bulli. Las puertas del templo de la cocina vanguardista cierra sus puertas a partir del 2012. Ferrán Adriá argumenta necesidad de un tiempo de reflexión, de descanso y, claro, de experimentación luego de 25 años de trabajo ininterrumpido. Aunque pidió que no especularan (lo cual es muy difícil) unos dicen que los ¿problemas? económicos, la mala administración, es la responsable del cierre. Ferrán Adriá se expone, con esta decisión, a que se diga cualquier cosa. Me impresiona la honradez, me impresiona que pude haber tomado otras decisiones, pero tomó ésta, me deja sin habla que lo haga público de forma tan escueta. Lo respeto ahora mucho más.

Los académicos conocen muy bien lo que significa el desgaste, por eso siguieron el ejemplo de los hebreos que cada 6 años dejaban descansar la tierra que sembraban durante un año para que ésta se renovara. El "año sabático", temporada indispensable para reflexionar, para descansar y renovarse, para investigar a sus anchas, es un tiempo vital en la vida de un académico, de un artista, de un científico. En los procesos creativos siempre es necesario un período neutro, de aparente "inmovilidad"; creo que todos deberíamos tener un "año sabático" o su equivalente, que nos permitiera mirar hacia atrás y evaluar, mirar hacia delante y planificar, mirarnos en el aquí y el ahora para descubrir quienes somos, lo cual, por la velocidad, el trabajo agotador, las presiones y las responsabilidades, casi nunca está muy claro.

Tal vez sea mi amor a la soledad bien administrada, pero creo que Adriá lo que necesita es un tiempo solo, un tiempo de ocio (que no creo que sea el padre de los vicios, sino al contrario, la tierra fértil de las buenas ideas), un tiempo lejos del centro de las miradas de toda la movida gastronómica mundial. No puedo imaginar la presión que se debe sentir con un ramillete de estrellas michelin en las manos, un restaurant con reservaciones a dos años y la expectativa, tanto de fans como de detractores, de la próxima ocurrencia.

Celebro su decisión, aunque sienta un poco de orfandad (Y ahora, ¿qué haremos sin El Bulli durante dos años?). Siento lo mismo que cuando García Márquez dice que no escribirá más: por un lado despecho, pero por el otro agradecimiento, porque la honestidad es el regalo más preciado que un tipo creativo puede darle a alguien que lo quiere.

Para celebrar la soledad, el genio de Diana Navarro.




Bloqueo creativo

Una página en blanco al frente, varios días con desajustes en el sueño, poco apetito (que aprovecho para entregarme al ambiguo placer de la dieta), el final del semestre, la entrega del último trabajo, y no se me ocurre nada.

Busco mis fuentes de inspiración infalibles: visito youtube y me encuentro con La Shica, con Supertramp, con la Fania en su esplendor que me lleva a mis gatos y ellos a
Colette Calascione y su máscara felina (¿cómo alguien desconocido puede pintar algo que yo llevo por dentro?). Me provoca comer un perro caliente con salchicha alemana, o unos cascos de guayaba con queso brie, o kippe crudo con hierbabuena, o un pancito con tapenade.

La página sigue ahí y no sé si me mira con sarcasmo o con picardía, el asunto es que me mira.

Busco a mi amado Klimt a ver si en su “Beso” me consigo de alguna manera; el suyo me lleva al de Juan Luis Guerra y aquella especie de ejercicio gestáltico-erótico-poético que siempre me deja sin habla y que me hace creer que sí, que deberían darle su premio nobel sólo por haber escrito semejante monumento a la lengua española.

Vuelvo a la página y no hay manera, blanco total.

“…Échale semilla a la maraca pa´ que suene, chá cuchá cuchucuchá cuchá” canta Héctor Lavoe, amor de mi vida vestido de navidad, haciéndole los coros a Cheo Feliciano. Mi mamá me pregunta si quiero salmón para el almuerzo y yo respondo que si. Hago lo de siempre: el montaje mental del plato, y sé que me voy a dar un gustazo con el salmón a la plancha (full de pimienta y término medio) y brócoli con vinagre y aceite de oliva. Con la boca hecha agua intento escribir algo, pero es inútil. Me mudo de género y busco a Dead Can Dance, me conmuevo hasta los huesos y considero la posibilidad de escribir que tengo una página en blanco al frente, varios días con desajustes en el sueño y poco apetito.



"Las penas con pan son menos"


"Sólo las ollas saben de los hervores de sus caldos"
Sabiduría Mexicana

"El vino lava nuestras inquietudes, enjuaga el alma hasta el fondo y asegura la curación de la tristeza"
Séneca

"El sibaritismos gastronómico unido a la inteligencia, contribuye a hacer a los hombres amables"
Alexandre Grimod de la Reyniere

"Se cocina con lo que se piensa, y se piensa con lo que se sabe"
Isaac Salaberria

"Así como el sabio no elige los alimentos más abundantes, si no los más sabrosos, tampoco ambiciona la vida más prolongada si no la más intensa"
Epicuro

¿Cómo contar?

Había una vez, en un lejano reino, una princesa encerrada en una torre... Érase una vez un príncipe, gallardo y hermoso, que fue convertido en sapo... Cuentan los que cuentan que un día, una malvada bruja hechizó a un pueblo entero...

Estoy tratando de elaborar algo coherente para relatar lo que está ocurriendo en este país, y no logro dar ni con el principio...

Mi mamá estrena blog comiendo manzanas

Mi mamá se llama Eva y está signada por las manzanas, desde la bíblica y su influencia en su personalidad, hasta el apodo cariñoso con el cual la llamaba mi papá: "manzanita". Hoy se armó de valor y abrió, como no, un blog para darle cauce a su vocación de socióloga-sherezade-psicóloga-escritora.

Enjoy!!!

Adiós, Sandro


Mi tía y mi mamá estaban enamoradas de Sandro, en consecuencia yo también. Siempre me impresionó su histrionismo y esa voz, como nacida en el centro de la tierra. Pudo fundir la sexualidad sin eufemismos que brotaba de sus poros con el refinamiento de su interpretación. Cuando cruzó los cuarenta se incrementó su hermosura. Como en un vino fino, Sandro, Roberto Sánchez, se expresó en todo su esplendor en la madurez y aunque cantara esa música dulzona que llaman ¨romántica¨ la fuerza inaudita de su masculinidad estremecía a cualquier escenario.

Hoy lo lloro como su hubiera tenido veinte años al verlo por primera vez y creo que la razón es que descubrí la belleza de los hombres a partir de él. Supongo que si existe un más allá lo recibirán con la felicidad de quienes reciben a una fiesta, a un prodigio, un ángel lujurioso que hizo felices a millones de mujeres sin tocarles un pelo.