Patrimonio que se come


Por primera vez, la UNESCO incluye expresiones de la gastronomía dentro de su lista de Patrimonio Inmaterial. La dieta mediterránea, la gastronomía francesa y la mexicana, fueron reconocidas como patrimonio cultural intangible de la humanidad. Es un momento de celebración y gozo para los cocineros del mundo, sobre todo para los latinoamericanos; nuestra cocina, profundamente mestiza, está íntimamente ligada a los criterios mediterráneos y a la influencia francesa y la cocina mexicana, podría decirse, es como una madre de todas las cocinas de América.

Pan, aceite de oliva y vino son los pilares donde se fundamente la cocina mediterránea, el consumo de vegetales de temporada, de abundante proteína animal proveniente del mar, de cereales y la brillante utilización de métodos de cocción, hierbas y especias, la hacen, no sólo sana, sino diversa y deliciosa. 
Paco de Lucía, monumento viviente del arte español, en todo su esplendor





La cocina francesa, Alma Mater de los cocineros occidentales, tiene la característica de contener la sistematización de la gastronomía profesional. La cocina clásica francesa, muy cuestionada por pesada, dio un fruto paradójico, de sus entrañas emergió la Nouvelle Cuisine, con su ligereza, su salud y su preciosismo para ejercer su influencia hasta nuestros días.
Edith Piaf, el gorrión francés






Muchas veces, cuando hablaba con mis profesores sobre las salsas madres pensaba en el mole, aquél destello de genialidad mexicana, y me parecía que era una salsa abuela, madre de todas las madres; pero el mole es una de las razones por las cuales la cocina mexicana es un monumento al ingenio y al refinamiento: la ingesta de insectos (estoy segura de que cuando se superen los prejuicios en contra de los insectos, se convertirán en la fuente más segura, saludable y económica de proteína para la humanidad), la multiplicidad de chiles, la inmensa variedad de platos y sobe todo, su tratamiento del maíz, hacen de la gastronomía mexicana un espacio de complejidad, belleza y sabiduría.

Pedro Infante (el amor de mi vida) con Antonio Badú, derrochando testosterona mientras cocinan