Soy Cocinera

Me llamo Karina Pugh Briceño y soy cocinera. Otras pasiones ocupan también mi corazón, pero la cocina es el fuego primigenio que le da calor a mi vida. Amo al cordero, las ostras, la pasta al dente, el ají dulce, el cazabe y el queso guayamano. Odio al cambur, a la lechoza y al melón. Tengo relaciones relativamente saludables con el chocolate, pues ni lo odio ni lo amo, depende de su carácter puedo disfrutarlo o ser completamente indiferente hacia él.

Amo la comida... Y no me razgo las vestiduras por ninguna, ni siquiera por la venezolana. Para mí sólo existen dos tipos de cocinas en el mundo: la buena y la mala. Un jamón de bellota español me conmueve tanto como un mazapán de merey de Bolívar, un asado argentino me enternece tanto como unos bollitos pelones. No defiendo nada a capa y espada, pues creo que lo bueno no necesita defensa, y yo soy una ciudadana del mundo, cuyo nido se encuentra en Venezuela, pero que sabe que todos los bocados suculentos de la tierra están a su alcance y que la sensibilidad gastronómica de otras latitudes es la misma que la de aquí.

Soy Karina Pugh Briceño y me digo a mí misma que soy cocinera, porque la mantequilla es un asunto importante para mí, porque la nomenclatura gastronómica me parece poesía, porque los cocineros son mis hermanos, porque porque jamás me empalago, siempre tengo apetito y quiero probarlo todo, chapulines mexicanos, gusanos de seje del Amazonas, licor de serpiente tailandés. Me digo a mi misma que soy cocinera porque purifico mis pensamientos mientras remuevo un risotto, o deshueso científicamente a un conejo, sin un ápice de culpa.

Me encanta ser cocinera porque lo disfruto, y el único sentido de mi vida, lo confieso sin verguenza, es el disfrute... Disfruto hasta cuando lloro.

Yo le pertenezco a la cocina, soy su hija a su imagen y semejanza. Por eso mi alma es una hornilla, encendida eternamente, y mi cuerpo un patio de juegos en el cual experimento los sabores y las texturas de la vida.