Para Mercedes Oropeza, Francisco Abenante y su glamoroso mondongo

Cuando yo era una niña, mi papá, profesor de la U.C.V y vecino de Los Chaguaramos, me llevaba a la arepera
El Tropezón, y mientras yo pedía una arepa con queso de mano y aguacate, él pedía un "nervioso". El asunto me paraba los pelos, me hacía sospechar, me daba como asquito. Él insalivaba mientras me explicaba que a ese plato le decían nervioso porque "temblaba"; mi angustia crecía y cuando llegaba el fulano nervioso, ya yo no tenía hambre de imaginarme que mi papá podría comerse algo que, además de cocido, estaba asustado.
Esas fueron mis primeras referencias del mondongo y nunca me tropecé con él, pues afortunadamente ninguna de mis abuelas creyó necesario someterse al arduo trabajo que significa hacerlo, ni mamá es amante de las sopas (he ahí la razón de que mi papá visitara El Tropezón cuando tenía esos antojos).
Un día, en el maravilloso
mercadito peruano de Quebrada Honda, ví algo que me llamó la atención y lo pedí sin preguntar el nombre; resultó ser una delicia que yo no lograba identificar. Cuando pregunté agradecí no haberlo sabído de antemano pues se llamaba "mondonguito a la italiana"; si, en diminutivo y con apellido europeo. En su identidad italo-peruana, el mondongo es seco, salteado con vainitas, papas fritas y cebolla, absolutamente delicioso y sin una pizca de susto.
Pero... En el
SIG 2008 mi opinión sobre el mondongo cambió para siempre.
Mercedes Oropeza y
Francisco Abenante me hicieron tragarme mis palabras de desprecio hacia el mondongo como aderezo de una maravilla que nos ofrecieron a los suertudos que presenciamos su bellísima demostración "La Sublime Ordinariez". Éste sublime mondongo no sólo tiene ingredientes como alcaparras y mostaza, sino que las bolitas de masa de maíz (que casi siempre nadan felices en este caldo) son del tamaño de una perla. "Es un mondongo femenino" dice Mercedes "Quise hacer un mondongo que las chicas comieran sin problemas".