HOY ES MI CUMPLEAÑOS

Demostraciones panaderas y pasteleras en la Feria del Pan


Amigos, amantes del trigo y del azúcar, tenemos una cita en la Feria del Pan.

Mi compañero en Aroma de Altura, el chef Hernán Rodríguez y yo estaremos (él Viernes y Domingo, y yo el Sábado) haciendo demostraciones de como hacer delicias con trigo y otras suculencias.

Estaremos en la tarde en el Stand de nuestros amigos de Market House.

Los esperamos!!!!

Doy clases otra vez!!!!!


Vuelvo a mi primer amor, vuelvo a dar clases de cocina.

Esta vez de la mano de la gente linda de Aroma de Altura, quienes crearon, con belleza, eficiencia y mucha dedicación la escuela de cocina Cátedra Gastronómica.

Este es un espacio en el cual, gente amante de la gastronomía, con experiencia o sin ella, puede acercarse a las técnicas de la cocina profesional. No sólo vamos a cocinar (que lo haremos y muy bien) también revisaremos los aspectos teóricos de cada tema y degustaremos los manjares acompañados de vinos maridados con cada plato.

Para quienes deséen regalarse una experiencia de disfrute, aprendizaje y buena vida, visiten nuestra página y llamen rápido, que las inscripciones son hasta el viernes 4 de mayo.

Los Recuerdos Dulces


Mi amada Raiza Andrade, me regala el tesoro de su infancia en mi semana aniversario:


LOS COQUITOS ACARAMELADOS DE MI INFANCIA

Para Karina

De Llaguno a Piñango sobre la Avda. Urdaneta, quedaba mi Colegio San José de Tarbes, el de las niñas clase media, porque las ricas iban a uno más grande en El Paraíso. Allí viví mi segundo, tercero y cuarto (?) grados antes de que me cambiaran al Instituto Politécnico Educacional, en la Urbanización El Bosque.
Estaba semi interna. Aún recuerdo los olores y sabores de algunos almuerzos: una carne guisada en salsa negra, mis llantos sobre los vegetales que odiaba, un pollito sudado que alborotaba mis papilas aún cuando fueran alitas porque el pollo costaba mucha plata.
Las monjas huelen a pan, algunas a cebolla, por españolas o francesas no acostumbradas al trópico. Otras esconden dulcitos en sus cuartos, pero a esas celdas sólo iban las elegidas que después se pavoneaban en el recreo con unos caramelos de azúcar de colores que parecían conos o unos medio raros que siempre me supieron a diablos y que llamaban regaliz.
El recreo siempre guardaba sorpresas, como tumbarle la cofia a una hermana rosada que parecía holandesa, muy gorda, de caminar lento, que mostraba su cabeza pelona entre nuestras risas contenidas cuando una de las niñas lograba su cometido.
También se decía, siempre en el recreo, que las monjas no usaban pantaletas. El reto era levantarles los fustanes con un palo. La que lograra esa prueba nos tendría a todas como esclavas por una semana.
En ese colegio aprendí a rezar, a la insoportable eternidad de los rosarios. En él hice mi Primera Comunión y me torturaba pensando que llegaba a la escuela sin pantaletas y al arrodillarme en la Capilla todas las niñas se darían cuenta. En esa misma época cometí mi primer pecado mortal, un pecado que me condenaría a la hoguera eterna de la obesidad.
El día de mi Primera Comunión bajé corriendo las escaleras de mi casa, ya estaban preparando la mesa del desayuno-celebración. Al pasar corriendo porque mi padre estaba en el auto esperando por mí, piqué un pedacito de algo, creo que era queso de mano.
No podía decir que había comido. Estaba prohibido, era pecado mortal salirse del ayuno, así que en esos seis o siete años decidí mi destino, sepulté la culpa en lo más profundo de mi inconsciente y caminé toda la nave central de la Capilla, hasta mi lugar en el banco de las comulgantes y recibí el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, como si nada hubiera ocurrido. Momentos antes le había jurado al Padre que ni pecados veniales había cometido.
Eso quizás me hizo trasgresora de toda norma arbitrariamente impuesta por los hombres y la culpa, como contrapartida, me castiga engordándome hasta por beber agua.
A la entrada del Colegio, un San José gigante recibía en el Patio Central. Uno le pedía la bendición, lo tocaba y se persignaba cuando llegaba a la escuela. Algunos días cuando mi papá venía a buscarnos comprábamos dulcitos en la calle. Nos encantaban los coquitos acaramelados. Eran enormes. El coco y el caramelo se deshacían en la boca. Había que despegarlos del papel de estraza en el que lo entregaban; igual pasaba con las conservas de naranja y papelón. Siempre comprábamos algo para mi mamá.
Pasó el tiempo y saliendo del bachillerato, teniendo 15 años, una amiga - que había estudiado en el mismo San José de Tarbes - me dijo que fuéramos a visitar a las monjas. Entusiasmadas compartimos recuerdos. Ella también amaba los coquitos.
Nunca desandes tus pasos de la infancia. Las bajadas peligrosísimas que se volvían el reto mayor de los patinadores, son apenas un leve desnivel de la calzada… los San José son perfectamente enanos, casi una imagen pequeña de una Iglesia cualquiera… los patios ¡ah los patios! ¿Es eso un patio de recreo? ¿Cómo corríamos, jugábamos escondite, la ere, la estatua, saltábamos la cuerda - todo un colegio entero - en ese miserable rectángulo que se recorría en dos zancadas?
A la salida, le dije a mi amiga, por favor, no compremos coquitos acaramelados, dejemos algo intacto en la memoria. Mi amiga - que quizás no le daba importancia a los tatuajes de infancia - se dirigió impertérrita hacia el carrito de vidrio de la esquina de siempre.

Feliz Pre-cumpleaños

Ray
30 de abril de 2007

Despedida

Esto lo escribí a mano, como se escriben las cartas de amor.

Hoy me despido del Café del Museo.

Este es un período de sorpresas y una de ellas me lleva lejos del Café. Debo admitir que ha sido una decisión muy difícil de tomar pues no sólo este espacio es muy bello, sino que los afectos que dejo aquí me envuelven el corazón.

Irina, mi chef y amiga del alma, me enseñó que la dulzura y la feminidad, tan arduas de expresar en las cocinas profesionales, son su ingrediente secreto, su as bajo la manga, su sello de calidad. Me enseña día a día que la libertad y el compromiso saben muy bien, que ir en pos de los sueños es la mejor manera de vivir y cocinar con honestidad.

Gustavo, mi sous chef me enseñó que se puede ser efectivo y sereno al mismo tiempo, que la buena índole, la amabilidad y el humor pueden hacer de una cocina un lugar de entrega, profesionalismo y diversión.

Yonardo “Pelambre”, nuestro cocinero, con un hambre de conocimiento constante, me enseñó que la humildad y el deseo de aprender unido al talento son llaves que abren las puertas del mejoramiento.

Joaquín, nuestro pantrista, me dio muchas lecciones. Entre ellas, que todo tiene que ver con todo, que no hay parcelas, que ocuparse de las luces, los enchufes, las copas y los pisos es tan importante como la buena sazón.

Marilú, ese angelito con las alas en los pies, me enseñó que si quiero hacer algo bien, debo comprometerme hasta los huesos, que hay que “saber acariciar los detalles” como dice Nabokov.

Valerie, quien comanda la sala, me enseñó que se puede dar mucho desde el trato horizontal y llano, que la sabiduría verdadera no tiene poses, que darle la vuelta al mundo es aprender a ser auténtico y accesible.

Deira y Rafael, nuestros arquitectos, me enseñaron que la estética es el lenguaje de la verdad, que la belleza generalmente responde a altos ideales, que no es superflua.

Luz Marina, nuestra gerente, me enseñó que las cuentas claras son también un tipo de belleza.

Jenny, quien mantiene todo limpio y en orden, me enseñó que hay efectividades que se expresan en silencio y sin alharaca.

Johanna, la nueva jefa de pastelería, me enseñó que un cocinero integral cocina, viaja, lee, estudia, trabaja con delicadeza y precisión y disfruta infinitamente de su oficio.

Y el Café del Museo me enseñó que Caracas es posible, que pueden existir espacios de encuentro y tranquilidad en la mitad del caos, que el arte llama al arte y que por eso, los caraqueños podemos ser optimistas pues, bajo el ruido, las colas, el estrés y la nostalgia de un tiempo bucólico que una vez existió, palpita el corazón mestizo, cosmopolita, inconforme y festivo de esta ciudad de sobresaltos y jabillos.

Y a propósito de todo esto y para toda mi familia del Cafe del Museo... Usa Bloqueador Solar