Ella no es romántica… Es cursi

Ella es cursi. Sin medias tintas, sin ambigüedades, no voy a justificarla diciendo que es sensible, ni que es romántica, ni que está loca por mí. Es cursi y punto.

Cuando la vi por primera vez, se me salió la baba, vamos a estar claros: es un hembrón. Está en la mitad de los treinta y aún así la minifalda le luce, se pinta el pelo de amarillo, se maquilla como si en ello se le fuera la vida y se ejercita todos los días en el gimnasio. Está buena sin medias tintas, sin ambigüedades, no voy a justificarlo diciendo que es que no tiene hijos o que es muy dulce. Está buena y punto.

Pero es capaz de hacer las cosas más cursis del mundo. Cuando estaba en pleno plan de ataque, la invité a almorzar, su respuesta fue que no podía salir con un hombre casado. Yo le dije que si, que yo estaba casado, pero que sufría mucho en mi matrimonio y que ya yo no tenía nada con mi esposa. Al día siguiente encontré una galleta y una notica en mi escritorio “Bueno, entonces si”.

La llevé a comer comida china (la verdad es que estaba pelando) y ella probó wantón relleno por primera vez en su vida. Como sé que lo más irresistible para una mujer es un hombre necesitado, le dije que me sentía feliz de estar en su compañía y que, por favor, me regalara una media hora más de su tiempo al finalizar el almuerzo. Como soy su jefe, no se pudo negar. Me la llevé a una bombonería (el chocolate es infalible) y le pedí que cerrara los ojos y adivinara los rellenos de los bombones… Jugada maestra.

Desde ese día, todos los días tengo regalitos en el escritorio, desde Torontos que agradezco con el alma, hasta cosas completamente inútiles como tarjetitas de “Amor es…” o flores arrancadas del jardín de su edificio que se acumulan en la papelera.
Es simpática, incluso es inteligente, pero su cursilería es como un virus que contamina todo lo que hace. Es la única persona viva, que sé que lee Corín Tellado. Cuando tiene algo que decirme me pide que lo adivine, cuando tiene que salir de la oficina al piso diez a buscar unos documentos, me dice que me va a extrañar, cuando comemos juntos insiste en pedir champaña para celebrar nuestro amor.

Luego de cuatro meses, estoy harto. Hoy estoy decidido a terminar con ella. Ya no soporto que me envíe mensajitos por el celular diciéndome “gordito”, siento que se me baja la tensión cuando me dice “papi” y, un día se me ocurrió llevarla a un restaurant de cocina molecular y le dijo al mesonero “por favor, en el postre póngame dos cerezas y mucha crema chantilly”.

Estoy harto sin medias tintas, sin ambigüedades, no voy a justificarlo diciendo que la euforia pasó, que no tengo paciencia con ella, que estoy en la crisis de la edad madura. Estoy harto y punto.

Tengo que ser delicado, no quiero problemas en la oficina, pero no puedo más.

Tengo que ser delicado, si, es cierto, ella es una buena muchacha, pero ya no soporto su voz chillona, y sus arranques de niña consentida, su ropa rosada de todos los días y sus uñas acrílicas. Hoy, lo he decidido, termino con ella, y ayer le di la primera pista. Ella compró (y ¡cocinó!) una langosta por nuestro aniversario (según mis cálculos, no cuadra, pero eso es típico de ella), inventé una excusa para no quedarme y para dejarle claro que mi familia está primero, faltaba más.

Se acerca. Espero que no haga un escándalo, pero, como sé que le encanta la intensidad, seguro que llora. Cuando la veo confirmo que si, que de verdad estoy harto. Voy, rezando para que no grite y armando mentalmente mi argumento: “Es que no quiero herirte, yo soy un tipo complicado, tú no te mereces esto…”



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