"EL MERCADITO"

Escribo ésto con un nudo salado en la garganta. Dentro de algunos días me mudo a Barquisimeto y me estoy despidiendo de Caracas. Aunque soy caraqueña y viví mi niñez y adolescencia aquí; Mérida y Maracay también fueron ciudades que habité y de las que me despedí. Esta vez, luego de 13 años de vivir aquí, también me despido.

Me pregunté cuál lugar de Caracas amaba más que a ninguno, en dónde había sido feliz, cuál extrañaría más, y paradójicamente, no fue el Ávila, ni los restaurantes, ni la casa materna, fué el mercado donde he comprado mi comida durante todo este tiempo.

Caracas tiene mercados maravillosos: Quinta Crespo, Guaicaipuro, El chino de El Bosque, el peruano de Quebrada Honda, Chacao y toda esa serie de pequeños mercados que se asientan en calles que cierran los fines de semana para comodidad de los vecinos. A este grupo pertenece lo que siempre he llamado "el mercadito".

Frente a mi casa en La California Norte, vendedores de champiñones, flores, artefactos eléctricos, carnes, verduras e incluso exquisiteses, muestran su mercancía los domingos inalterablemente. De tanto ir me hecho amiga de la chica que vende pan andino, de la que me vende el cilantro en flor (y si voy tarde, me lo guarda hasta que yo llegue) del señor libanés que vende higos secos y cuyos hijos, venezolanos, lo ayudan a despachar, el señor de los quesos sabe ya cuál me gusta y que cantidad compro, el vendedor de malta me saluda y me pregunta por la familia.

Uno es de donde come. Ahora me toca ser barquisimetana. Siempre le he temido a las nostalgias traicioneras que aguijonean el corazón cuando uno menos lo espera. Por eso, porque sé que ésta va a ser una de mis añoranzas mayores, escribo ésto para exorcisar la tristeza y para dejarles, amigos, imágenes de lo que para mí ha sido el lugar más divertido, cálido y vital de mis últimos 13 años.

Éste es el señor Alejandro Freites, quien vende cuanto perolito uno se imagine, pero que, la verdad, guarda entre pecho y espalda a un músico y va al mercado a cantar boleros, tocar maracas y decirle piropos a las muchachas.