La estupidez

Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana.
Y del universo no estoy seguro.
Albert Einstein

Hoy empiezo con Einstein, pues él y Leonardo da Vinci son mi paradigma de inteligencia, ambos irreverentes, ambos rechazados en algún momento por el stablishment, ambos propusieron una ruptura del conocimiento. Empiezo con él también por contraste, porque lo que viene es una de las muestras de idiotez más descaradas que he visto.

En Coro, en el centro, en una avenida llena de gente, comercio informal, calor y brisa, me encuentro, nada más y nada menos que con ésto:






Si, es exactamente lo que están leyendo, la tienda se llama ANOREXIA y no contentos con eso, abajo escriben "tu obsesión".

Supongo que los dueños pensaron que era un magnífico truco publicitario falconiano asociar un desorden alimenticio del que padecen muchísimas mujeres con la pinta-fashion-mercado-el-cementerio que ellos venden, supongo que también se trata de delimitar bien el target (adolescentes y adultas que quieran pesar 37 kilos), lo más seguro es que la talla más grande que tengan sea las S; pero de que ésto es una muestra de estupidez, no cabe la menor duda. Probablemente, si se llega a poner de moda un look rojizo y acalorado, esta gente pudiera bautizar una tienda "Hipertensión arterial", o si los cráneos depilados hacen furor podrían nombrar su tienda "Cáncer de ovario". En fin, que no hay demasiada diferencia entre una cardiopatía, un enfisema pulmonar, un accidente cerebro vascular y la anorexia: todas suponen un peligro de muerte. El problema es (como en la antiguedad la hemofilia) que una enfermedad sea chic.

A veces, cuando veo estas cosas, entiendo desde el fondo de mi corazón a los hippies de los años sesenta cuando decían: Paren el mundo que me quiero bajar.


Desayuno: Rissotto

Resulta que la serotonina y su subibaja es la responsable de mi sobrepeso. Los ascensos y descensos de la serotonina, según la Dra. Daniela Jakubowicz, me hace sentir inapetente en la mañana, ansiosa en la tarde y hambrienta en la noche. En su libro “¡NI una DIETA más!” ella hace un retrato hablado de mi ritmo alimenticio, me describe completamente, con este amor obsesivo por los carbohidratos, con esas ganas de comerme cualquier cosa frita, azucarada o en su defecto crujiente a las tres de la tarde y con este sobrepeso, que llevo con hidalguía, pero que muchas veces me frustra cuando subo escaleras o compro pantalones.

¿Cuál es su propuesta? Comer bastantes carbohidratos y proteínas en la mañana, comer algo de proteína y muchos vegetales al mediodía y comer sólo vegetales en la noche, pero no como un gesto de fuerza de voluntad (yo estaría perdida, mi fuerza de voluntad es tan fuerte como un origami) sino como el resultado de la química corporal: Si se come así, simplemente no se siente ansiedad a media tarde ni hambre en la noche. Incluso llega a sugerir que comer dulces en la mañana es saludable, pues se asimilan como energía, no se transforman en grasa y tienen un efecto anti adictivo.

Desde ayer implementé este vuelco a los horarios. Hoy, por ejemplo, sintiéndome casi esquizofrénica, me comí un plato de risotto (delicioso, con trocitos de tocineta, maíz, hierbabuena y queso manchego) y luego una liberadora cucharadota de Nutella, eso si, a las 6:45 am. Suena descabellado, pero es una apuesta a varias cosas: a mi capacidad de aventura y de cambio, a darle solución al sobrepeso (que aunque no es demasiado si no lo pongo “en cintura” me va a traer problemas tarde o temprano) y a algo aún más divertido: a convertirme en una bon vivant mañanera, en una sibarita del amanecer, en una glotona madrugadora.

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