El insobornable Cumpleaños
Quienes me conocen saben que me encantan los gatos, quienes son mis amigos saben que mi relación con Cumpleaños (mi gato) es una relación humanizada. Cuando tiene sed (es incapaz de tomar de su taza) se para al lado del filtro de agua y maúlla en un tono específico: "Kary, ¿podrías abrir el chorro del filtro que hace un calor de su puta madre y tengo sed?" Yo le respondo en español "Cumple, ¿qué dices? ¿tienes sed? No escuché la palabra por favor" a lo que él responde: "Kary, te encanta que te jale... Anda, linda, por favor, ábreme el chorrito de agua que tengo la lengua como una lija".
Cuando Reinaldo camina por la casa y se lo tropieza le dice "perdón, Cumple" a lo cual el gato le responde, sin esfuerzos verbales, recostándosele de las pantorrillas, cerrando los ojos y retorciéndose como un contorsionista chino. Es un hecho, Cumpleaños prefiere a Reinaldo que a mi, aunque yo le preparaba el alimento de su infancia de gato callejero rescatado del arrollo de la vida (para quien no lo sepa: leche, huevo crudo, aceite de maíz y algún polivitamínico infantil), me parecía el gato más hermoso de la tierra cuando en realidad, la mala vida que había llevado en su primer mes lo hacía ver como un gremlin adormilado, lo acuné durante horas infinitas mientras se recuperaba de la anestesia y la operación de la "esterilización" (porque no quedaba más remedio, pues su vida es la de un gato doméstico que vive en el piso 25 de una torre en La California Norte) y le echo la bendición todas las noches antes de dormir.
Cumpleaños vive una vida de gato feliz, bien alimentado, mimado por su familia y con un concepto de sí mismo que, llevado al equivalente humano, podría definirse como un trastorno de personalidad narcisista. Hace lo que muy pocos gatos hacen: atiende a su nombre y si le digo "Vente, Cumple" en un tono festivo que prometa juego o comida, es capaz de perseguirme por toda la casa muerto de las risas.
Lo mejor de los gatos, lo maravilloso de Cumple, es que son insobornables. No se puede obligar a un gato a hacer lo que no quiere, no son complacientes como los dóciles y desmemoriados perros a quienes se les puede humillar y seguirán meneando la cola. Los gatos son adolescentes rebeldes, creen que siempre tienen la razón, jamás admitirán ninguna jerarquía (Cumpleaños acepta que yo soy más grande que él, pero no por eso soy más ni mejor) y hacen literalmente lo que les sale del forro. Es por eso que sus gestos de cariño, sus genuinos deseos de compañía, sus caricias acompañadas de ronroneos, son como trofeos ganados por sus dueños en forma honesta.
Son hermosos, creo que no hay un animal que se mueva con más seguridad y más sensualidad que un felino. Lo tienen todo fríamente calculado, una pata primero, otra después, mueven la espina dorsal como una S, se agachan para tomar impulso y subirse a una esquinita de un mueble donde sólo cabe un fósforo; hasta cuando se lamen son bellos. Tienen miradas profundas, escrutadoras y son descarada y orgullosamente curiosos. Tienen un sentido lúdico de la vida, son tan hedonistas que las cosas a su alrededor sirven si y sólo si, son alimenticias o divertidas. Al mismo tiempo son amorosos y disfrutan de la compañía humana en el lenguaje de la igualdad y la reciprocidad.
Cuando sea grande, quiero ser una gata... Échale semilla a la maraca pa´que suene!!!
Nota: Mi gato se llama Cumpleaños Feliz Angulo Pugh y llegó hace casi tres años a mi (su) casa, dos días antes de mi cumpleaños.