Aquí me quedo

Yo creo que la cocina es un hecho cultural, y como tal, un hecho político.
En esta locura que estamos viviendo en Venezuela, nada me sorprende más que la miopía. En el blog de los Hermanos Chang me encuentro con esta imagen que me escandaliza:



Quien enarbola la pancarta es una señora, que seguramente alimenta a su familia con pasta (de origen italiano) arroz (de origen asiático) cochino (de origen ibérico) y en diciembre hace Hallacas: símbolo contundente de nuestro mestizaje. Lo más seguro es que esta señora haya comido alguna vez pan (de origen egipcio, pero extendido por toda Europa) con mantequilla (y aquí la paternidad se la disputan mongoles, celtas y vikingos). Es probable que en navidad se tome una copita de Ponche Crema, que se hace con ron, azúcar (se cree que la caña de azúcar es originaria de Nueva Guinea), leche (las vacas las trajeron los españoles) y huevos (a las gallinas también). Posiblemente usa salsa inglesa para cocinar (cuyo orígen no es Inglaterra, sino India), tal vez usa para su sofrito cebolla (asiática) apio españa (de Mediterráneo) ajo (asiático también) y le ponga su poquito de ají dulce (hasta ahora lo único criollo de la lista) para que quede bien bueno.

Esta señora usa lentes (cuyos orígenes se remontan al renacimiento italiano), blue jean (que se dice nació en la edad media francesa, pero que es símbolo inequívoco del imperio norteamericano) una franela y un koala (cuyo origen desconozco, pero estoy segura de que no nacieron en el Capanaparo)

A esta señora no se le ven ni por asomo rasgos indígenas (al menos no como a mí que puedo pasar por mexicana, guatemalteca, ecuatoriana o peruana sin ningún problema) tampoco usa el atuendo típico de nuestros Yanomami, no creo que coma bachacos culones ni tarántulas asadas ni que sea experta haciendo cazabe.

El asunto, a fin de cuentas, es que yo podría interpretar que esta señora es caraqueña, o guaireña, o valenciana, o maracucha, o apureña; es decir, venezolana. Y los venezolanos somos mestizos: hermosamente mestizos, trágicamente mestizos, contradictoriamente mestizos, exuberantemente mestizos, amnésicamente mestizos. Estoy segura de que esta señora tiene en sus antepasados algún inmigrante, todos lo tenemos, si ella no lo recuerda o no lo conoció, es otra cosa.

Mientras tanto, como mi cédula dice venezolana a pesar de que mi abuelo era gringo y mi bisabuelo español, a pesar de que mi apellido es un acertijo para casi todo el mundo, como me encanta el jugo de parchita, Oscar de León, las arepitas con queso y aguacate, la gaita, Choroní, las empanadas de El Palito, el cumaco, la chicha andina, los chistes de Emilio Lovera y Er Conde del Guácharo, el plátano horneado con queso blanco, el Gato Galarraga, el picante de leche, el golpe tocuyano y el ají dulce… AQUÍ ME QUEDO.

¿Por qué no te callas? Es una tapa

En Sevilla, un restaurant llamado En C´ar Conde, creó una tapa llamada ¿Por qué no te callas?.

Tremendamente alegórica, consiste en un par de huevos españoles, zurrapa de ibérico, y como tope una bandera de españa hecha con queso y un embutido llamado morcón.

Los españoles la comen en cantidades industriales y a los venezolanos nos entra un fresquito...

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Imagen

Baja de fósforo

Para Héctor en Alexandria,
porque siempre que habla conmigo
habla del pescado frito con cazabe.

El pescado y los mariscos son mi comida favorita, todo lo que venga del mar me lo como fascinada. Y mi forma predilecta de comer pescado es frito.

Esta mañana, amanecí como con una baja de fósforo, así que Reinaldo y yo bajamos a La Guaira en Tour Gastronómico.

Primero, tempranito, llegamos al “Mosquero”, mal avenido nombre del célebre comedero underground, donde se consiguen maravillas como tripa de perla estofada, pescado frito, camarones rebozados y, mi predilecta: Fosforera.


Luego de desayunar con el tibio caldo con sabor a mar y un “gatorade oriental” (papelón con limón), nos fuimos a Playa Mansa, a mojarnos los pies, sentarnos en sendas sillitas de extensión y disertar sobre la inmortalidad del cangrejo (a propósito de ver unos cuanto caminando de ladito en la arena).


Cerca de las once, Reinaldo confiesa (no sin cierto pudor) que tiene hambre de nuevo, yo encantada de que sea él y no yo la que pase por glotona, digo que si, que claro, que “vamonós” al Rey del Pescado Frito.

Parguito frito, tostones y ensalada. Felicidad crujiente, exaltación del alma hecha piel tostada, poesía culinaria, sapiencia ancestral en mi plato. Me gusta tanto y tanto, que es el único plato al que le meto los dedos sin sentirme incómoda.


El pescado, jugosos por dentro y crujiente por fuera, me hace pensar en todo el ensayo y error que debió preceder al descubrimiento de la forma perfecta de freírlo. Mastico la cola, las espinitas, todo lo que se deje quebrar por mis dientes que son felices al sentir cuanto sabor esconden estos apéndices cartilaginosos que al freírse se convierten en la mejor versión de un chicharrón.

Al final, felicidad químicamente pura.