La pastelería como felicidad

A veces pienso que lo que más disfruto en la vida es dar clases. Otras veces pienso que lo que realmente disfruto es ese momento en el cual veo como una persona mueve las neuronas y se le hace la luz y dice "ya entiendo". La mayoría de las veces pienso que, mi verdadero disfrute es provocar en las personas dudas, preguntas, para que ellas mismas las respondan. Y, siempre, absolutamente siempre, mi felicidad radica en ser el privilegiado testigo de la explosión de la creatividad ajena (no es que la propia no me guste, sino que la ajena es tan sorprendente que siempre me deja boquiabierta).

Desde hace aproximadamente un mes estoy dando clases de pastelería en el GAPP, un lugar al que considero mi hogar y que tiene un no sé qué que provoca que quien llegue no se quiera ir.

Dar clases de pastelería me resulta sorprendente, siempre me he considerado una cocinera con fugaces, aunque satisfactorios, coqueteos con el azúcar. Pero he descubierto un tipo de belleza en las clases de pastelería que no había conseguido dando clases de cocina. La precisión en las cantidades y los tiempos con la cual es necesario trabajar (la pastelería y la panadería son ciencias exactas), en vez de causarme claustrofobia, me resulta muy interesante.

Debo decir también que los muchachos a quienes les estoy dando clases son tan divertidos, tan ingeniosos, tan entusiastas y laboriosos, que me hacen la experiencia sumamente fácil y enriquecedora.

Ayer hicimos una torta charlotte. Aquí las fotos: