Santa Bárbara es golosa


Mis amigas Idairis y Lobelia, me invitaron a una celebración especialísima: Festejar su devoción a Santa Bárbara.

Una mesa con un mantel rojo, manzanas, fresas, cerezas, velas rojas vino tinto, caramelos, chocolates, miel, flores y las caras sonrientes y emocionadas de mis amigas. “Aquí tienes una vela para que la enciendas y le hagas tus peticiones…” De inmediato empecé mi lista mental y talla única “Dame sabiduría, luz, entendimiento, humildad, paciencia…” Mi amiga viéndome la cara me corrige sin saberlo “a Santa Bárbara se le piden cosas tangibles” Doy media vuelta mental y empiezo “Salud, dinero, un carro nuevo, diez kilos menos, la publicación de un libro, un viaje largo y lento por el sur de Francia…” Esos anhelos hechos de materia palpable y que da pudor meterlos en la lista de peticiones espirituales.

Empieza la fiesta con un baile ritual frente al altar: “Qué viva Changó” Canta Celina mientras mis amigas, con preciosas blusas rojas como la manta de la santa, bailan felices y entusiasmadas. No es sólo devoción, creo percibir cierto grado de camaradería, la tratan como si fuera una amiga. Una amiga complaciente y con carácter, una amiga que no es incondicional, que reclama para sí misma regalos, fiesta, celebración y reconocimiento porque sabe que se lo merece, porque es generosa dando.

Me llama la atención el carácter femenino del asunto, de diez personas involucradas en la celebración, nueve son mujeres. El sacrificio es gozoso, es fiestero, pagan los favores recibidos invitando a sus amigos a bailar, a comer, a disfrutar.

Intrigadísima por esta experiencia investigo: Changó es un orisha Yoruba, una deidad masculina, dueño del trueno, el fuego, la guerra, la música y la belleza masculina. Una vez, capturado in fraganti con la mujer de otro, usó ropas femeninas y el cabello de su amada para burlar al esposo celoso. Santa Bárbara es una santa católica, virgen y mártir, que murió a manos de su padre por convertirse al cristianismo. Su verdugo-padre murió al instante de asesinarla, por un rayo. Es el único rastro común que encuentro entre ambos. Pero los yoruba que llegaron a América, a quienes les fue prohibido profesar su fe, vieron en Santa Bárbara a su Changó; quizás estaba, esta vez, burlando las ceñudas caras de los blancos, usando ropa femenina para no desamparar a los suyos. A Santa Bárbara la adoraron y se la apropiaron, porque, al fin y al cabo, la fe siempre encuentra una rendija para expresarse.

A la una y media de la madrugada, llegan los tambores. Los muchachos, jovencísimos, tocan los tambores con energía y un sentido rítmico asincopado sólo concebible por alguien nacido aquí. Mientras bailamos al son del tambor, una de las devotas, pasa una manzana bañada en miel para que cada asistente le de un mordisco. Yo me siento en mi elemento, llenando de misticismo, de fe, de trascendencia a la fiesta y los placeres.

¡Que viva Changó!