Cúrcuma y aceite de oliva contra el mal de Alzheimer
Hace algunos días, conversando con mi mamá, llegamos a la conclusión de que una buena vacuna contra las demencias seniles era el estudio, la lectura, la constante e implacable actividad intelectual. Curarse de esa enfermedad que viene con la madurez que se llama Certeza; cuestionar lo que uno sabe y darle paso a las nuevas verdades que se revelan independientemente de que las entendamos o no.
Pero resulta que también podemos evitar, al menos el mal de Alzheimer, comiendo cúrcuma y aceite de oliva.

Sabiéndola usar, es decir, tratándola con delicadeza y
usándola con mesura, la cúrcuma es un condimento maravilloso que viste de dorado todo lo que toca y aromatiza tan bien que uno cree estar comiendo flores. Si uno abusa, se comporta como una niña malcriada que grita y atormenta anulando cualquier sabor.

Un estudio revela que tiene antioxidantes que eliminan el exceso de proteínas del cerebro, lo cual está asociado al mal de Alzheimer.

El Aceite de oliva, una joya que han apreciado desde los antiguos habitantes del Mediterráneo hasta cualquier cocinero de hoy, esté donde esté; contiene un antioxidante que protege a las neuronas contra procesos degenerativos como el mal de Alzheimer.
Una razón más (como si se necesitaran) para darnos periódicos gustazos con curry, del que la cúrcuma es su principal ingrediente y alternarlos con los platos con sabor mediterráneo.

Estoy en Mérida
Esta ciudad me revitaliza. para mí estar en Mérida es como volver a mi hogar (aunque sólo haya vivido aqui tres años en los tempranos 90´s)
En casa de mi amiga Raiza Andrade, me tropecé con una joya: Veintitantos amores y pico de Mónica Montañes. Aquí transcribo un cuento con tintes gastronómicos que me pareció divertidísimo y arrancado de la vida misma:
La indecisión de la Nena

Mónica Montañes
Veintitantos amores y pico


La Nena estaba sentada frente a las flores del doctor Novoa y al frasco de dulce de lechosa, indecisa.
De un lado, aquellas rosas magníficas, de tallo largo, largísimo. Del otro, aquel melao exquisito, con el punto de clavo y papelón exacto. En una mano, la tarjetita con el número privado, tentándola. En la otra, la cucharita de metal ya lista. Dos caminos muy distintos hacia dos placeres muy distintos y ella, divertida, saboreando su indecisión.

Por un lado, el doctor Novoa, tan rico, tan recién divorciadito, con aquel bigote tan pobladito colgándole del despecho. Cincuentón sabroso, corrido en mil plazas, olorosito a perfume, con la seguridad en sí mismo recién resquebrajada por el abandono, inesperado y fulminante de su señora, Natalia. Tan bonito y desprotegido que había quedado luego de que Natalia, furiosa por el último cuerno, le jurara y cumpliera su venganza. Tan solito y tembloroso que andaba porque su mujer no sólo le había puesto cuernos y se lo había dicho, sino que se había enamorado y hasta ido con un hombre más millonario que él. Pobrecito. Y tan sensual que le resultaba a La Nena la idea de llenarle de besos aquella boca atónita, aquellas manos sin pulso con su cuerpo, aquel susto de ganas, aquella rabia de sexo, aquel silencio de yo si te quiero, papi, aquella tristeza inmensa con su risa desfachatada. Bello el doctor Novoa, enfluxadito, entalcadito, recién bañadito, pidiendo cariño a cambio de esas manos enormes, de uñas amplias y pulidas, de esos zapatotes talla cuarenta y déle, presagiando y prometiendo otras dimensiones tan atractivas como él. Rato que tenía La Nena midiéndole el tumbao al doctor Novoa, las carencias al doctor Novoa, el hambre y la vergüenza en la mirada. Rato que tenía La Nena tropezándoselo en los pasillos, oliéndole las intensiones y el susto, hasta que hoy, mira tú, le llegaba una sugerencia envuelta en rosas de tallo largo. Era sólo cuestión de llamarlo, agradecerle el gesto, darle pié a la pregunta, sonreírle en la respuesta, perfumarse las intenciones y apostarle a la felicidad. Eso por un lado.

Por el otro, el frasco recién llegado de Barlovento, tan rico, tan recién hecho, con aquellas tiras de lechosa verde, cocinaditas a fuego lento hasta volverlas dulce translúcido tostao, con sus tropezones de clavo de olor, con el juguito pringoso del papelón bañándoles la oferta. Rato que tenía La Nena soñando con aquel encargo que le llenaría la boca de milagros y recuerdos. Rato con el paquetito de galletas María esperando en la alacena para matizarle el antojo. Rato disfrutando por adelantado el momentito glorioso en el que el melaíto le bañara la lengua y le acariciara y carraspeara en la garganta, poco a poco, pedacito a pedacito, y mira tú que justo hoy, al mismo tiempo que las flores, le llegaba aquel goce infinito en frasco tibio. Era sólo cuestión de desenrollar la tapa, servirse una buena porción en el plato vacío, bañarla con el juguito marrón caramelo, mojarle las puntitas a la galleta, entrarle lentamente con la cucharilla de plata, cortarlo con los dientes, relamerse las gotitas y apostarle a la felicidad.

La Nena no podía decidirse entre el doctor Novoa y el dulce de lechosa, tan buenos que debían estar ambos. Se acomodó mejor en la poltrona y entrecerró los ojos intentando buscarle los contras a alguno de los dos.

Por un lado, el doctor Novoa era un patán. De esas maravillas de hombres que esconden, mal, peores personas. Capaz de bajezas subterráneas y comentarios soeces y a destiempo. Pichirre en los halagos, generoso en frases hirientes. Cobardón y prepotente o viceversa. Aficionado a la crítica destructiva para ocultar sus defectos. Complejo animal de corbata que navegaba cómodo mientras la pareja se le sintiera agradecida con sus escuálidas deferencias y no se diera cuenta de que era él quien se estaba muriendo, agradeciendo. No en balde, Natalia había salido huyendo en lo que el otro la aceptó rendido como la princesa que era. Y ese abandono – de eso La Nena estaba más que conciente – debía haber puesto el ego del doctor Novoa en el ánimo de quien quiere revancha. Claro que ella no lo quería como marido, Dios me libre, pero siempre se corría el riesgo de engancharse en la tentación de cambiarlo y de hacerlo feliz. De que con ella iba a ser distinto. Era cuestión de hacerse la loca, perder en un descuido la tarjeta, dejar el agradecimiento del gesto para la sequedad de un pasillo, no darle pié la le pregunta, obviarle la respuesta, traspapelar las intenciones y apostarle a la tranquilidad. Eso por un lado.

Por el otro, el dulce de lechosa en almíbar de papelón engordaba como nada, le iba a acarrear unos kilos que no necesitaba en lo más mínimo, la obligaría a darle más vueltas al parque, mareándole la agenda, a condenarse a la lechuga y a la pechuguita de pollo a la plancha, a irse a la cama sin cenar. No en vano había extirpado de su dieta los azúcares, para permitirse tan sólo, alguna que otra tarde de domingo sin mejor plan, una bandejita de caracolas llenitas de pasas. Era cuestión de guardar el frasco en uno de los gabinetes de arriba, llevarlo en la mañana a la oficina, compartirlo con todos los del piso, probar únicamente una ñingita antes de alguna junta urgente y apostarle a la tranquilidad de la balanza.

La Nena no lograba decidirse, pero tampoco lograba negarse los dos placeres. Eso si sería como mucho, como demasiado. Sólo lanzándose de cabeza sobre alguno de los dos podría soportar obviar al otro. También estaba el momentazo en el café de las cuatro y media de la tarde, frente a las colegas. La cara de envidia que podrían todas cuando ella, sonriendo, triunfal, soltara como si cualquier cosa, “¿El doctor Novoa?, ese cuerpito fue mío”, para luego verlas murmurar, odiándola. Eso la haría feliz, pero no más feliz que zamparse el frasco entero de dulce de lechosa sin contárselo ni compartirlo con nadie.

Ya no soportaba más La Nena tanta indecisión y, harta de pensarlo tanto, optó por lo que consideró más seguro e inmediato. Destapó el frasco y arrancó. Estaba inmenso. Había tomado la decisión correcta. Siempre podía llegar al día siguiente a la oficina, sonreír llena de pecados y dejar colar la noticia de que ayer había recibido un ramo de rosas magníficas de tallo largo de parte del doctor Novoa, picarle el ojo a la más chismosa y dejar que todas completaran el resto del cuento. Disfrutaría lo mismo porque la odiaría idéntico. Eso por un lado.

Por el otro, pensó La Nena, divertida con el plato de dulce de lechosa con galletitas, ella nunca había hecho el amor con la boca llenita de melao de papelón y, quien podía jurar lo contrario, a lo mejor los clavos de olor y el doctor Novoa resultaban la combinación perfecta.