Educando a las hadas

¿Y qué puede recuperar mi alma de una fondue miserable? Una buena película española, ni más ni menos.

La Educación de las Hadas, renunciando a edulcorantes artificiales, dulcifica con miel de abejas, pura y floral, una historia de intensidades emotivas. Lo primero que salta a la vista, que refresca, que entusiasma, es el multicultural reparto de actores: Ricardo Darín y su acento argentino, Iréne Jacos hablando un español con dejo francés, el niño, un genio actor: Víctor Valdivia (el único que habla español castizo) y Bebe, la estupenda cantante española caracterizando a una intelectual argelina que trabaja como cajera de un supemercado (tengo una debilidad especial por esta cantante, y sobre todo por esta canción).

Los paisajes de la Catalunya rural, el frío del otoño, la profundidad de los personajes, la dignidad de todos; me encanta vivir en esta época en la cual uno puede ver en el cine como las mujeres revisten de fortaleza su feminidad y los hombres descubren su vulnerabilidad como una fortaleza. A mí que me encantan los hombres que expresan sus emociones, el personaje de Darín me gustó desde el principio: un inventor de juguetes y de juegos que se toma en serio la niñez y la trata con respeto, que se enamora sin pudor, que no evade lo que siente y que lo demuestra.

La Educación de las Hadas se estrenó en España voluntariamente a la par del mundial de fútbol, algo visto como muy riesgoso porque se presume la falta de público. Esta valentía se nota en la película, no es complaciente, lo que hace feliz y lo que duele se muestran en su naturaleza, sin mucho maquillaje pero sin dramas. José Luis Cuerda, su director y guionista, ya había entrado en esos mares profundos de los sentimientos en La Lengua de las Mariposas.

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