Mi amada Raiza Andrade, me regala el tesoro de su infancia en mi semana aniversario:
LOS COQUITOS ACARAMELADOS DE MI INFANCIA
Para Karina
De Llaguno a Piñango sobre la Avda. Urdaneta, quedaba mi Colegio San José de Tarbes, el de las niñas clase media, porque las ricas iban a uno más grande en El Paraíso. Allí viví mi segundo, tercero y cuarto (?) grados antes de que me cambiaran al Instituto Politécnico Educacional, en la Urbanización El Bosque.
Estaba semi interna. Aún recuerdo los olores y sabores de algunos almuerzos: una carne guisada en salsa negra, mis llantos sobre los vegetales que odiaba, un pollito sudado que alborotaba mis papilas aún cuando fueran alitas porque el pollo costaba mucha plata.
Las monjas huelen a pan, algunas a cebolla, por españolas o francesas no acostumbradas al trópico. Otras esconden dulcitos en sus cuartos, pero a esas celdas sólo iban las elegidas que después se pavoneaban en el recreo con unos caramelos de azúcar de colores que parecían conos o unos medio raros que siempre me supieron a diablos y que llamaban regaliz.
El recreo siempre guardaba sorpresas, como tumbarle la cofia a una hermana rosada que parecía holandesa, muy gorda, de caminar lento, que mostraba su cabeza pelona entre nuestras risas contenidas cuando una de las niñas lograba su cometido.
También se decía, siempre en el recreo, que las monjas no usaban pantaletas. El reto era levantarles los fustanes con un palo. La que lograra esa prueba nos tendría a todas como esclavas por una semana.
En ese colegio aprendí a rezar, a la insoportable eternidad de los rosarios. En él hice mi Primera Comunión y me torturaba pensando que llegaba a la escuela sin pantaletas y al arrodillarme en la Capilla todas las niñas se darían cuenta. En esa misma época cometí mi primer pecado mortal, un pecado que me condenaría a la hoguera eterna de la obesidad.
El día de mi Primera Comunión bajé corriendo las escaleras de mi casa, ya estaban preparando la mesa del desayuno-celebración. Al pasar corriendo porque mi padre estaba en el auto esperando por mí, piqué un pedacito de algo, creo que era queso de mano.
No podía decir que había comido. Estaba prohibido, era pecado mortal salirse del ayuno, así que en esos seis o siete años decidí mi destino, sepulté la culpa en lo más profundo de mi inconsciente y caminé toda la nave central de la Capilla, hasta mi lugar en el banco de las comulgantes y recibí el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, como si nada hubiera ocurrido. Momentos antes le había jurado al Padre que ni pecados veniales había cometido.
Eso quizás me hizo trasgresora de toda norma arbitrariamente impuesta por los hombres y la culpa, como contrapartida, me castiga engordándome hasta por beber agua.
A la entrada del Colegio, un San José gigante recibía en el Patio Central. Uno le pedía la bendición, lo tocaba y se persignaba cuando llegaba a la escuela. Algunos días cuando mi papá venía a buscarnos comprábamos dulcitos en la calle. Nos encantaban los coquitos acaramelados. Eran enormes. El coco y el caramelo se deshacían en la boca. Había que despegarlos del papel de estraza en el que lo entregaban; igual pasaba con las conservas de naranja y papelón. Siempre comprábamos algo para mi mamá.
Pasó el tiempo y saliendo del bachillerato, teniendo 15 años, una amiga - que había estudiado en el mismo San José de Tarbes - me dijo que fuéramos a visitar a las monjas. Entusiasmadas compartimos recuerdos. Ella también amaba los coquitos.
Nunca desandes tus pasos de la infancia. Las bajadas peligrosísimas que se volvían el reto mayor de los patinadores, son apenas un leve desnivel de la calzada… los San José son perfectamente enanos, casi una imagen pequeña de una Iglesia cualquiera… los patios ¡ah los patios! ¿Es eso un patio de recreo? ¿Cómo corríamos, jugábamos escondite, la ere, la estatua, saltábamos la cuerda - todo un colegio entero - en ese miserable rectángulo que se recorría en dos zancadas?
A la salida, le dije a mi amiga, por favor, no compremos coquitos acaramelados, dejemos algo intacto en la memoria. Mi amiga - que quizás no le daba importancia a los tatuajes de infancia - se dirigió impertérrita hacia el carrito de vidrio de la esquina de siempre.
Feliz Pre-cumpleaños
Ray
30 de abril de 2007
Estaba semi interna. Aún recuerdo los olores y sabores de algunos almuerzos: una carne guisada en salsa negra, mis llantos sobre los vegetales que odiaba, un pollito sudado que alborotaba mis papilas aún cuando fueran alitas porque el pollo costaba mucha plata.
Las monjas huelen a pan, algunas a cebolla, por españolas o francesas no acostumbradas al trópico. Otras esconden dulcitos en sus cuartos, pero a esas celdas sólo iban las elegidas que después se pavoneaban en el recreo con unos caramelos de azúcar de colores que parecían conos o unos medio raros que siempre me supieron a diablos y que llamaban regaliz.
El recreo siempre guardaba sorpresas, como tumbarle la cofia a una hermana rosada que parecía holandesa, muy gorda, de caminar lento, que mostraba su cabeza pelona entre nuestras risas contenidas cuando una de las niñas lograba su cometido.
También se decía, siempre en el recreo, que las monjas no usaban pantaletas. El reto era levantarles los fustanes con un palo. La que lograra esa prueba nos tendría a todas como esclavas por una semana.
En ese colegio aprendí a rezar, a la insoportable eternidad de los rosarios. En él hice mi Primera Comunión y me torturaba pensando que llegaba a la escuela sin pantaletas y al arrodillarme en la Capilla todas las niñas se darían cuenta. En esa misma época cometí mi primer pecado mortal, un pecado que me condenaría a la hoguera eterna de la obesidad.
El día de mi Primera Comunión bajé corriendo las escaleras de mi casa, ya estaban preparando la mesa del desayuno-celebración. Al pasar corriendo porque mi padre estaba en el auto esperando por mí, piqué un pedacito de algo, creo que era queso de mano.
No podía decir que había comido. Estaba prohibido, era pecado mortal salirse del ayuno, así que en esos seis o siete años decidí mi destino, sepulté la culpa en lo más profundo de mi inconsciente y caminé toda la nave central de la Capilla, hasta mi lugar en el banco de las comulgantes y recibí el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, como si nada hubiera ocurrido. Momentos antes le había jurado al Padre que ni pecados veniales había cometido.
Eso quizás me hizo trasgresora de toda norma arbitrariamente impuesta por los hombres y la culpa, como contrapartida, me castiga engordándome hasta por beber agua.
A la entrada del Colegio, un San José gigante recibía en el Patio Central. Uno le pedía la bendición, lo tocaba y se persignaba cuando llegaba a la escuela. Algunos días cuando mi papá venía a buscarnos comprábamos dulcitos en la calle. Nos encantaban los coquitos acaramelados. Eran enormes. El coco y el caramelo se deshacían en la boca. Había que despegarlos del papel de estraza en el que lo entregaban; igual pasaba con las conservas de naranja y papelón. Siempre comprábamos algo para mi mamá.
Pasó el tiempo y saliendo del bachillerato, teniendo 15 años, una amiga - que había estudiado en el mismo San José de Tarbes - me dijo que fuéramos a visitar a las monjas. Entusiasmadas compartimos recuerdos. Ella también amaba los coquitos.
Nunca desandes tus pasos de la infancia. Las bajadas peligrosísimas que se volvían el reto mayor de los patinadores, son apenas un leve desnivel de la calzada… los San José son perfectamente enanos, casi una imagen pequeña de una Iglesia cualquiera… los patios ¡ah los patios! ¿Es eso un patio de recreo? ¿Cómo corríamos, jugábamos escondite, la ere, la estatua, saltábamos la cuerda - todo un colegio entero - en ese miserable rectángulo que se recorría en dos zancadas?
A la salida, le dije a mi amiga, por favor, no compremos coquitos acaramelados, dejemos algo intacto en la memoria. Mi amiga - que quizás no le daba importancia a los tatuajes de infancia - se dirigió impertérrita hacia el carrito de vidrio de la esquina de siempre.
Feliz Pre-cumpleaños
Ray
30 de abril de 2007
2 probaron y opinaron:
Que excelente regalo el que te hicieron. Me encantó el relato. Tiene una matiz mordaz y sarcástico que me atrapó.
Por cierto, FELIZ PRE-CUMPLEAÑOS, NO-CUMPLEAÑOS, CUMPLEAÑOS.
Que la pases sabroso al lado de tus panas y compañeros. Lo más importante que la pases cocinando y disfrutando.
Saludos desde una tierra mñas alta pero menos firme.
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