El placer... Y la culpa.
Ya oír a César Miguel Rondón en la radio en las horas mañaneras es siempre una delicia, oírlo entrevistar a Santi Santamaría (voy de nuevo con este personaje) es casi un delirio.
Santamaría le dice a Rondón que existe una macdonalización peligrosísima en el mundo, que amenaza con destruir no sólo aquellas recetas a la vieja usanza, sino (lo que a mí me parece peor) acabar con la capacidad de la gente para experimentar el placer. Yo suscribo esto, porque admitámoslo: La comida de Mc Donald´s no genera más placer que aquél de sentirse ahíto.
Santamaría no sólo está preocupado por el placer, sino que dice que la ilustración en el placer, debería ser un tema que asuma el Ministerio de Educación.
Uso como excusa las magníficas reflexiones de Santi Santamaría, para hablar de este tema pues me encanta: el placer. Una vez, queriendo escribir sobre él, le pregunté a un sexólogo (en aquél entonces creía que podría ser una autoridad en el tema) qué era el placer, y él me respondió: es un valor. La moral se me vino al suelo. Aquello que me parecía tan inabarcable, tan indescriptible, tan indescifrable ¿un profesional de la salud sexual lo había calificado como un valor? Ahí me di cuenta de que lo más seguro es que alguna señora de esas que fríen empanadas a orillas de Playa El Agua y que ve todos los días la cara de inconmensurable placer que ella le brinda a sus comensales con sus empanadas de cazón, supiera muchísimo más del tema.
En el otro extremo, Don Rodrigo Martínez Andrade, mi amigo queridísimo, quien cursa el doctorado en Filosofía en la U.L.A, y es un enamorado de los temas eróticos, me invitó a asistir a su conferencia “La estética del placer desde la filosofía de Nietzche”. Yo fui encantada, pues conozco la rigurosidad y creatividad con la cual aborda sus trabajos. Ante una exposición magistral, llena de optimismo, de vigor, de fidelidad metodológica y de irreverencia, las caras de sus compañeros (y de su profesor) eran casi de incredulidad. Al salir lo felicité y con el corazón en la mano le dije: el problema es que el placer es un tema marginal.
Al placer lo relegamos a las márgenes de nuestras vidas. Si alguien dice descaradamente que está obteniendo un placer enorme por cumplir con su trabajo, podría correr el riesgo de que lo boten por falta de seriedad. Alguien con cara de persona común, que no tenga un look hollywoodense, que comente con honestidad que su vida erótica le prodiga un infinito placer, se expone a que se burlen de él y no le crean, si a algún personaje, con sentido del humor y suficiente creatividad, se le ocurre decir que sin alcohol u otras drogas, trasnochos y gasto de dinero puede encontrar el goce, puede ser tildado de simple.
El placer, ese que podría acompañarnos a todos cada vez que nos cae el agua de la regadera en la cara, o cuando le damos un mordisco a un mango, o cuando oímos a un bebé reírse, es algo de lo que no se habla demasiado y se siente menos. Ser feliz está considerado, ambiguamente, tanto un deber como una culpa. Hay desmedidas desgracias en el mundo para permitirse el goce y al mismo tiempo estamos de acuerdo en que sin placer la vida no vale la pena. Hay demasiados mandatos sociales contradictorios, come-no comas, compra- ahorra, ama- no te involucres, se feliz- preocúpate, esfuérzate- relájate. Ante esto, el ser humano hace lo que puede: regalarse momentos de placer, y luego expiarlos con exceso de trabajo, relaciones vacías o cualquier cosa que lo haga sentir saludablemente culpable, responsablemente miserable.
Providencialmente, los cocineros trabajamos con el placer como materia prima. Vivimos, padecemos, estudiamos, nos sacrificamos por y para él. Mientras cocinamos (el cual es un trabajo arduo, física y emocionalmente muy demandante) nos damos el lujo de comer lo que cocinamos, de elegir los ingredientes, de constatar la cremosidad o la espesura o la dulzura de un plato, somos afortunadísimos.
Y, creo no ser la única en pensar que la comida y el sexo son equivalentes. Veo con compasión a aquella gente que es capaz de engullir de dos bocados un plato entero de comida y me llenan de admiración aquellos que delicadamente van degustando su alimento con lentitud, con conciencia, con gusto, sin prisas, así coman foie con reducción de higos o un choripan. Unas, para darse una idea, miran el tamaño de las manos, de la nariz y de los zapatos, yo miro como comen.
Yo abogo por la vivencia del placer como ética, como decencia, como camino para ser mejores personas, como tierra fértil para las mejores ideas e intenciones; y no soy original, hay gente mucho más ilustrada y culta que yo, como la maravillosa filósofa mexicana, que dejó huérfanas a las mujeres del mundo con su partida, Graciela Hierro y su ética feminista del placer y el filósofo español Jorge Aguirre, quien escribió su libro “Ética del Placer” para demostrar que el placer es bueno y la auténtica virtud es placentera y nos llena de gozo.
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