Manual de instrucciones

Si algo nos unifica a todos es la sensación de, en algún momento, no saber qué hacer. La duda, esa aguja en el alma, nos define a los seres humanos. Se supone que poseemos herramientas: una corteza cerebral desarrollada para la abstracción, una conciencia de nosotros mismos y de las consecuencias de nuestros actos, referentes morales y éticos, capacidad para la imaginación, para la empatía y, algunos más, algunos menos, cierta sospecha de que la vida es más grande que nosotros; pero, a pesar de que existan libros sagrados, la Biblia, la Torá, los Vedas, y toda la enorme variedad de compendios místicos, estamos en el mundo sin un manual de instrucciones.

Con algunas excepciones.

Los niños genios parecen saber de antemano lo que es bueno hacer y lo hacen, sin vacilar, parece que fuera inevitable, un sino que los empuja al objeto de su realización... Pero hay un dato estremecedor, el 10% de los autistas muestra señales de genialidad. Es claro que no todos los genios son autistas, ni todos los autistas, genios, pero hay un territorio en el que ambas condiciones se unen. Eso me hace pensar que estar separado del mundo, vivir aislado de él, podría generar condiciones para el desarrollo de talentos al extremo. 

También existen genios que no, que no son autistas, que se vinculan con su entorno y que, incluso, se gradúan de psicólogos como el gran Frank "Sugarchile" Robinson a quien conseguí siendo casi un bebé, tocando su piano con los puños, y luego siendo un señor adulto y sereno, acariciando las teclas.





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