Se casó Iván
Iván Weinreb es un amor que tengo en el corazón. Pertenece a esa especie en extinción llamada “buen muchacho”. Es un músico excepcional, un guitarrista magnífico y un tecladista ingenioso y creativo. Además de haber sido productor musical es también experto en cualquiera de esas cosas mágicas que se hacen con las computadoras. Pero, lo más relevante, es que es un hombre bueno, un alma dulce, un tipo encantador, brillante y decente.

Aunque está muy grandote para la gracia, mis sentimientos por él son maternales, siento una mezcla de amor, orgullo y envidia (todo lo que un buen padre siente por sus hijos). Ante mis disertaciones sobre lo que es para mí un Paladar Inteligente, él reflexionó y llegó a la conclusión de que el de él era un “Paladar Negligente”, digamos por aquello de que es capaz de comerse cualquier cosa. Pero la verdad es que ha sido un compañero maravilloso de aventuras gastronómicas.

Iván, mi Iván, se casó ayer, eufórico de felicidad, con Aura, una princesa que lo conmovió tanto y tan profundamente que un día me dijo “hoy mi problema es pasar las próximas ocho horas sin verla”.



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