No hay una mosca en mi sopa

Recordando el taller “Cocina con Insectos” dictado por la chef Montserrat Guillén en el III Salón Internacional de Gastronomía de Caracas en 2005.


No era la primera vez que comía insectos, los indígenas del Amazonas hacen un delicioso e incendiario picante con bachacos, que yo había probado con deleite hasta hacerme casi adicta

Pero, gusanos y grillos fritos, alacranes en vodka y en brochetas, muslitos de saltamontes sobre sopa de batata, eso era toda una aventura.

Montse estaba ataviada con un vestido de lino blanco adornado con prendedores de luciérnagas de colores, se translucía su buena índole, su humildad y la pasión por lo que hace. Nos habló de Barcelona, de su participación en su proyecto el Museo de la Comida, nos habló de su restaurante en Miami “Trans Eat”, nombre sugestivo e irreverente de ese espacio de trasgresión en el cual, ella sirve sus manjares minúsculos.

El ambiente se perfumó con los ajos fritos en aceite de oliva, espinacas, habas, y, finalmente, escarabajos gigantes cubiertos por un dátil y tocineta.
“ocho de cada diez animales sobre la tierra son insectos”... “tienen un alto contenido de proteína”... “son como las setas, unos deliciosos, otros venenosos, hay que tener cuidado”... “si te gustan las gambas, te gustan los insectos” “esto debe comerse con la mano”... La voz de Montse acompañaba el chisporroteo de la sartén mientras caían en ella los grillos que pronto comeríamos. Miles de preguntas me asaltaban, ¿dónde los conseguía? ¿Con qué los acompañaba? ¿Cómo tuvo el coraje de hincarle el diente a algo que ella llama escarabajo, pero que a mi me parece una mega cucaracha?

Mientras tanto, fotos de niños africanos comiendo brochetas de gusanos monumentales, niños asiáticos con escorpiones enormes entre los dientes, mercados mexicanos donde los chapulines se venden como snacks para llevar al cine. Yo recordaba una historia que me contaba mi papá, en México, él estaba en una fiesta y comía unos tequeños excepcionalmente gustosos, cuando entró a la cocina, una fuente llena de gusanos gordos le quitaba el velo de los ojos.

Yo sentía a cada momento más emoción, esa emoción que se siente cuando sabes que vas a hacer algo que te cambiará la percepción que tienes de la vida (de la comida, en este caso, que es mi vida), sabía que de ese momento en adelante no sería la misma persona.

Por fin llegó, un plato de degustación para cada participante del taller, las galletas de parmesano de mi amiga Patricia (en ese entonces de Tischler), sus mermeladas y picantes fueron el contexto que Montse eligió para presentarnos sus delicias. Un capullo de gusano de seda frito sobre un tomatito cherry relleno de una crema de queso, una cestita con bachacos y gusanos fritos, un shut de vodka con un pendenciero alacrán nadando, una pieza de cazabe con un picante delicioso y una bachaco encima, una galleta con una mermelada y sobre ella, un grillo, una cachapa con un queso blanco coronada por una larva descomunal, mi curiosidad estallaba.

Lo primero que probé fueron los bachacos, empecé por lo mas conocido: si pudiera hacer un chicharrón de un camarón, lograría algo similar a lo que sentí al masticar el bachaco, crujiente y lleno de sabor. Luego los gusanos, debo admitir mi repulsión hacia todo lo que se arrastre, serpientes y gusanos, así que me di valor y recordé lo que me había dicho Patricia “parecen pepitos”, efectivamente, eran tostaditos y sabrosos.

Luego, el grillo, y luego el capullo de gusano de seda, mi favorito, tiene un sabor concentrado, es de esos extraños y exquisitos alimentos que no necesitan tamaño para desplegar un sabor que inunda.

Finalmente, el alacrán: “no hay que comer el aguijón, no por tóxico, sino por duro” nos aconsejaba Montse, divertida con los gestos de la gente que, probaba por primera vez algo que muchos pueblos han comido ancestralmente. El animalito, dulzón, alcoholado por el vodka, fue lo más difícil de comer, pues, no es un animalito precisamente amable, además, está el asunto de las patas, varias patitas recorrían mi boca, mientras yo, masticaba con fervor y rezaba por no morir en el momento de tragarme aquel bicho por el cual nunca sentí simpatía.

Luego, las risas, unas nerviosas, otras complacidas, todas alegres, Montse feliz, diciéndonos que era facilísimo criar insectos en casa, que se reproducen rápidamente, ¿alguien tiene alguna duda?

Yo, de ahora en adelante, comeré mi comida con otros ojos, habiendo vencido una aversión prácticamente atávica por esos bichitos. Tal vez extrañe, una mosca en mi sopa.


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